El apóstol caleño de la conservación


Por Lucy Lorena Libreros
Publicado en la revista GENTE - 25 enero 2008
Foto: Rodrigo Cicery



Jorge Enrique Orejuela lleva más de tres décadas hablando el idioma de la conservación. Con un premio de la National Geographic Society a cuestas, hoy este caleño dedica sus días y sus noches a sacar adelante el Jardín Botánico de Cali, un templo de biodiversidad.


Lo empacó todo. Los colchones, los libros, los muebles. Ni siquiera el perro se salvó del trasteo. Jorge Enrique Orejuela tomó su Land Rover y se marchó rumbo a La Planada, un boscoso rincón nariñense donde poco o nada se escuchaba sobre conservación ambiental y desarrollo sostenible.

Hablar de ecología en esas tierras resultaba tan exótico como los frutos mismos que crecen en el monte. Han pasado 26 años desde que el ‘profe’ convenció a su familia de abandonar la ciudad y mudarse al trópico. Su esposa, Ana María Echeverry, bióloga como él, no puso resistencia y ambos se enamoraron de la idea de ver crecer a sus tres hijos entre orquídeas y osos de anteojos.

Y así fue. Las imágenes de esos días de bosque de niebla revolotearon en la mente de este apóstol caleño de la conservación, el pasado 13 de diciembre, mientras observaba orgulloso al público que lo aplaudía en el Museo de la National Geographic Society, en Washington. Se había hecho merecedor a un premio en el que participó un grupo élite de científicos de todo el continente. Una especie de baloto de la ecología que le reconocía a este caleño tres décadas de trabajo silencioso en favor de los ecosistemas tropicales, entre ellos el de La Planada, que a la postre se convirtió en el primer parque natural del país.

Lo propio había conseguido Jorge en Utría, Chocó; en Gorgona, en el Quindío, regiones que gracias a él se transformaron en áreas protegidas. "Cuando tuve el premio en las manos me preguntaba por qué yo. Hay mucha gente en Latinoamérica que hace la misma labor", se decía este profesor de la Universidad Autónoma de Occidente, miembro del Departamento de Ciencias Ambientales. Sólo dos días antes de viajar a Estados Unidos Jorge se enteró de que todo había sido iniciativa de Stewart Pinn, ornitólogo con quien había compartido habitación mientras adelantaban un doctorado en biología en la Universidad Estatal de Nuevo México.

"Hace más de un año, sin mayores explicaciones, Stewart me pidió que le enviara una hoja de vida. Yo me había olvidado del asunto durante todo este tiempo y sólo vine a entender cuál era su propósito cuando recibí la notificación la National Geographic por correo electrónico. Fue él quien me postuló". El premio, que en sus dos anteriores versiones había quedado en manos de un nicaragüense y un guatemalteco, consistía en la entrega de una millonaria donación que un filántropo estadounidense, Howard Buffet, le había obsequiado a esa entidad.

Lo cuenta mientras recorre con pasos agitados el Jardín Botánico de Cali. Doce hectáreas de bosque seco tropical -uno de los más amenazados del mundo-, que se extiende desde El Saladito hasta la bocatoma del río Cali, y que el ‘profe’ Orejuela protege desde el 2000, año en que consiguió el apoyo decidido de Epsa y la Universidad Autónoma para regalarle a la ciudad un pulmón verde donde las mariposas vuelan tranquilas y los micos bailan en los árboles sin preocupaciones al caer la noche.

Un proyecto que, pese a la falta de recursos, ha conseguido en siete años preservar la cuenca hidrográfica del río Cali y 800 especies de aves, así como establecer un corredor de conservación que une a la capital del Valle con el Parque Nacional Los Farallones. Todo un templo consagrado a la biodiversidad.El jardín está ubicado 800 kilómetros arriba del Zoológico de Cali.

Lo acaricia la brisa fresca que desciende de la montaña y su silencio se perturba sólo por las aguas briosas del afluente tutelar de Cali. Es una floresta, de diez estaciones educativas, construida con árboles autóctonos de la región como gualandayes, chambimbes, ceibas, higuerones, cedrillos y guásimos. Dos kilómetros en los que habitan mariposas típicas del Valle que amenazaban con extinguirse debido a la contaminación, al igual que monos aulladores, venados, zorros, iguanas y armadillos.

Jorge Enrique habla con emoción de cada centímetro de vegetación que crece allí, de cada nuevo sendero que consigue abrir al público para esos estudiantes deseosos de conocer la riqueza natural que los caleños parecen ignorar. Tiene 60 años, pero la misma energía de ese muchacho aventurero que alguna vez se retiró de la química para estudiar biología.

Su hoja de vida está llena de títulos y cargos rimbombantes: se graduó como biólogo en la Occidental College de Los Ángeles, tiene un PhD de la New Mexico State University y durante más de diez años fue consultor de la World Wildlife Fund (WWF) y del Zoológico de San Diego en California.Pero cuando se le escucha hablar, rematando cada frase con una sonrisa franca, no pareciera ser un ratón de biblioteca que recita teorías. Se muestra más bien como un Papá Noel de la biología que quiere seguir trabajando en favor de la conservación de los bosques. Silenciosamente, no necesita premios.

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