Espía de la Historia



El autor de ‘Los informantes’, Juan Gabriel Vásquez, integrante de esa cofradía de letras nuevas que tiene Colombia, cuenta por qué defiende la novela como antídoto contra la amnesia en “este país de desmemoriados”.


Por Lucy Lorena Libreros

"La política en una obra literaria es un tiro en medio de un concierto: es algo grosero y, sin embargo, imposible de ignorar”. La frase se lee en el epígrafe de ‘Nieve’, célebre obra del Nobel de literatura Orhan Pamuk. Una expresión que el escritor turco le arrebató a ‘La cartuja de Parma’, de Stendhal, tal vez como un intento de explicar qué lleva a un novelista a retar a la hoja en blanco con un suceso arrancado de la historia, para dejarlo a los pies de la ficción.

Juan Gabriel Vásquez no sólo conoce bien la cita literaria; también el reto de tomar con pinzas un trozo del pasado para llevarlo al papel a través de ‘Los informantes’, su ópera prima, que a pesar de haber sido publicada en 2004 —primero en inglés por la editorial Bloomsbury—, aún hoy sigue recogiendo espaldarazos de la crítica especializada en España y Estados Unidos.

De eso, de rescatar la memoria en un país que vive en amnesia permanente, es de lo que le propongo hablar al escritor bogotano mientras hace una pausa como invitado en la pasada Feria del Libro en Bogotá, en donde los amantes de la novela política arrebatan, con fervor, su libro de los estantes.

Corre la tarde de un domingo frío y él, vestido de jeans y saco negro, está sentado en una cafetería ruidosa que remata en un balcón con vista a ese hervidero de autores y lectores que cada año se hacen cómplices en Corferias. Quien habla es un tipo de 36 años, integrante de esa cofradía de letras nuevas del país. Por eso, es uno de los autores de ‘Bogotá 39’, del que hacen parte los mejores escritores menores de 39 años de América Latina, elegidos por cerca de dos mil editores, críticos y lectores.

Ensayista y novelista, reside desde hace una década en Barcelona, tras vivir tres años en París donde estudió literatura latinoamericana en la Universidad de La Soborna. Quien habla es, sobre todo, una pluma orgullosa. Dos días antes de este encuentro, el viernes 14 de agosto, The New York Times y The Washington Post se despacharon con términos generosos sobre su novela, inspirada en un hecho poco conocido de la historia de mediados del siglo pasado. “Uno de los distintivos de un novelista talentoso es la capacidad para lograr una ficción absorbente en un incidente, anécdota o fragmento de la historia, sin importar cuan aparentemente oscuro sea, y cuántas veces haya sido pasado por alto por otros”, se lee en las líneas de Peter Dubrin, en el diario más influyente de La Gran Manzana.

Juan Gabriel se acomoda sus gafas de profesor y toma impulso. Dispara palabras rápidas y resuelve la pregunta obligada, la que haría cualquiera que se asome a las páginas de su novela: ¿cuál es la punta de lanza de la historia de Gabriel Santoro, un periodista que esculca el pasado de su padre a comienzos de los años 40, cuando el mundo asistía horrorizado al inicio de la Segunda Guerra Mundial?

Esa es la trama de su novela. Pero antes, mucho antes —comienza por decir Juan Gabriel— de que aquello se convirtiera en libro, una tarde de 1999 sostuvo una conversación informal de preguntas fisgonas con una judío-alemana que llegó a Colombia en 1938, huyendo con su familia de la persecución racial de Hitler.

Nuestro país, confesó la mujer, parecía un escenario de borrón y cuenta nueva. Pero como las paradojas no piden permiso, su padre por poco termina confinado en el Hotel Sabaneta de Cundinamarca, utilizado en el gobierno de Eduardo Santos como una especie de cárcel a la que iban a parar los sospechosos de difundir propaganda nazi en el país. La culpa de todo era su pasaporte de ciudadano alemán.

Así, cuenta Vásquez, surgió la inquietud por desentrañar para la literatura cómo se persiguió en Colombia a los alemanes como parte de la política de apoyo del país a Estados Unidos durante la guerra.Se trata, asegura, de un hecho del que no se les escucha hablar a los profesores en los colegios. Esa fue la motivación principal para escribir ‘Los informantes’, y una forma de demostrar que una de las funciones de la novela es revelar sucesos que de otra forma no se podrían conocer. “Estamos en un país en donde la desmemoria es una enfermedad nacional. En todo caso, la desmemoria constituye de por sí un acto político”.


Contra la amnesia

Convencido de que el género está llamado a iluminar “el punto en el que se cruzan los caminos individuales de la gente con los destinos sociales y colectivos de una nación”, Juan Gabriel siente que fue eso, precisamente, lo que le sucedió al padre de aquella mujer que le narró su vida en esas horas desprevenidas y que a la postre fue el punto de partida de su novela: “Él, su padre, intentó escapar del acoso de Hitler, pero el fantasma lo persiguió al otro lado del océano, en la fría Bogotá, cuando trataba de vivir como un ciudadano apasible, que no se metía con nadie”.

Que el género de la novela sirva de antídoto contra la amnesia es una tesis que Vásquez defiende con vehemencia en esta tarde fría. Se atreve a ir más allá y asegura, incluso, que el género tiene licencia, desde la ficción, para violentar la historia, para plantear preguntas que muestren que la vida es más complicada de lo que parece. ¿Por qué las personas nos tratamos como nos tratamos? ¿porqué el ser humano es la única especie que tropieza dos veces con la misma piedra? ¿cómo lidiamos con nuestros errores pasados?

“Aunque nunca he creído en la novela como un púlpito desde el cual se reparten consejos, sí creo que los buenos novelistas están llamados a dejar preguntas como estas en la mente del lector”, dice el bogotano. Algo similar, cuenta, a lo que logró García Márquez al novelar de forma poética, casi irónica, la masacre de las bananeras en ‘Cien años de soledad’ o lo que logró con ‘El otoño del patriarca’. “En ambos casos distorsiona hechos y personajes conocidos para contar una nueva verdad”.

Si se es irrespetuoso con la historia —enfatiza—, “te das cuenta de que a veces el pasado es un monstruo peligroso que muchos prefieren no despertar, salvo el escritor con su pluma. Por eso, la memoria colectiva de un país como el nuestro se ha construido sólo a partir de la versión que nos regalan los poderosos. Lo que hacemos los novelistas es decir ¡No! existe otra manera de contar las cosas”.

En ese sentido toma prestada del peruano Mario Vargas Llosa una consideración según la cual el novelista es, a todas luces, un aguafiestas, “es el que pide la palabra y dice: señores, Alfonso López Michelsen no es tan bueno como lo dicen los titulares de prensa”. ¿Acaso a quién pretendía aguarle la fiesta ‘Los informantes’? Juan Gabriel no suelta nombres. No está tan seguro de querer ver convertida su novela es una especie de tiro disparado en medio de un concierto, como parafraseó Orhan Pamuk. Preferiría pensar, más bien, que su novela es una bala de grueso calibre capaz de sacudir la memoria de los pueblos.

Perfil

Nacido en Bogotá, en 1973, Juan Gabriel Vásquez es periodista, escritor y traductor y hace parte de ‘Bogotá 39’, proyecto que congrega a las mejores plumas, menores de 39 años, de 17 países de Latinoamérica. ‘Los informantes’ (Alfaguara 2004) es su primera novela, a la que siguió ‘Historia secreta de Costaguana’. También es autor del libro de cuentos ‘El amante de todos los santos’ y la biografía ‘Josehp Conrad: el hombre de ninguna parte’. Como traductor ha manejado obras de escritores como John Jersey, Víctor Hugo y E.M. Forster.Asimismo, sus escritos periodísticos han aparecido en medios de España (donde reside actualmente) y varias de Latinoamérica, entre ellas la revista El Malpensante. En 2007, con su ensayo ‘El arte de la distorsión’, fue ganador del Premio de Periodismo Simón Bolívar.
Vásquez trabajó en la biografía de Gerald Martin, ‘A life’, sobre García Márquez. Su misión consistió en verificar lugares y expresiones colombianas presentes en el libro.

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