El profe Louis vive su propia tragedia en la distancia


Louis Woolley Gaspard, radicado en Cali hace 40 años, no sintió la fuerza descomunal del terremoto que destruyó buena parte de Puerto Príncipe, pero desde Cali vive el drama de haber perdido a 13 miembros de su familia.


Bastaron sólo 60 segundos de furia terrenal para que los recuerdos de infancia de Louis Woolley Gaspard terminaran sepultados en una esquina del barrio Carrefour Feuilles, de Puerto Príncipe.
Los dos pisos de la casa materna de este haitiano acabaron, con sus hierros y ladrillos triturados, como protagonistas tristes de ese paisaje de horror que dibujó el terremoto del pasado 12 de enero en la capital de Haití.
La tragedia lo sorprendió en Cali, suficientemente lejos como para sentir la fuerza que producen 7,1 grados en la escala de Ritchter, pero aterradoramente cerca de la voz de su hija que, desde Estados Unidos, vía telefónica, le narraba con lágrimas las primeras angustias del sismo descomunal.
Las horas iban dejando a su paso una estela de noticias agridulces: mientras la suerte, que a veces es más caprichosa que la muerte misma, consiguió que una prima hermana de Louis saliera de la casa segundos antes de la fatalidad, no sucedió lo mismo con el hijo de la mujer, con 13 familiares que terminaron bajo los escombros y otros más de los que aún no se sabe si la buena estrella los acompañó en esa tarde tenenobrosa.
El bramido de la tierra parecía haber borrado lo que hace medio siglo eran las calles calurosas de un niño dichoso. Louis era aquel entonces el menor de cinco hermanos que se sentaban a los pies de la vieja Rooty para comer "pollos con sabores de otro mundo" y soñar junto a ella que sus manos estaban hechas para sostener libros y no las atarrayas de los pescadores vecinos, que sólo en el mar atinaban a encontrar las oportunidades que en tierra firme resultaban imposibles.
Algo le decía al pequeño Louis que su deseo de convertirse en médico no estaba confinado a un cuento de hadas impublicable.
Era cierto que no soplaban buenos vientos. François Duvalier —a quien los haitianos estaban obligados a llamar ‘Papa Doc’— se había alzado en el poder en 1957 con hambre de dictador y traje de asesino. Pero Louis sentía en el corazón que, allende el océano, sería capaz de escribir con buena ortografía una historia prometedora.
Corría 1962 y a su alrededor no aparecía un destino certero que le permitiera zarpar con los pocos pantalones y camisas que le cabían en la maleta. En República Dominicana permanecían humeantes las huellas de sangre que había dejado la dictadura de Trujillo, a quien se le acusó del asesinato de miles de haitianos humildes pues, según decía, tenían la osadía de contaminaba la raza dominicana.
En Cuba las cosas no eran menos complicadas y la isla apenas se acomodaba en el nuevo traje de la revolución de Fidel. Entonces a Louis le hablaron de un país que dejaba colar de sus vírgenes montañas vientos de progreso. Así llegó a Colombia, primero a Barranquilla y luego a Cali, cuando los aviones de dos hélices desafiaban los cielos, atraído por la fama bien ganada de la facultad de medicina de la Universidad del Valle.
Hoy se le escapan carcajadas nostálgicas al recordarse a sí mismo como un haitiano flaco y solitario, que aspiraba a la hazaña de ser el mejor en eso de los males y secretos del cuerpo, sin pronunciar un solo vocablo en castellano. "Sólo hablaba francés. Aprendí a la brava, anotando las palabras que escuchaba en la calle y obligándome a aprenderlas".
Seis años pasaron antes de que comenzaran a llamarlo el ‘doctor Luis’ y otros más para que se codeara con los más reconocidos ginecólogos y obstetras de este país. La buena ventura también le regaló en estas tierras una esposa amorosa y tres hijos que hoy viven en Nueva York y La Florida y se pasean como ciudadanos del mundo.
Los sueños empuñados bajo las faldas de mamá Root se cumplieron como Dios manda y al cabo de 25 años de docencia, se jubiló de la Univalle para asumir después la decanatura de la Facultad de Salud de la Universidad Santiago de Cali.
En esas andaba hasta hace poco el profe Louis. El hombre que aprieta con firmeza las manos cuando te saluda en un pasillo cualquiera, el madrugador, el que poco conoce de bailes y el que tiene por único vicio madrugar para que el día rinda lo suficiente para el trabajo lo mismo que para el ocio.
Hoy es director del programa de medicina de la sede de la Universidad Santiago de Cali en Palmira y, justamente, después de una de sus clases, fue que llegaron hasta su casa los ecos de la noticia trágica.
Acostumbrado a recordar a su país ayudado nada más que por la nostalgia de pollos sabrosos, olas generosas que besan las playas y cruceros de lujo que fondeaban entusiastas, aún no puede digerir la paradoja de que sus manos sanadoras no estén en Haití curando heridas.
Con la ilusión de ese niño que un día fue que anhelaba ser galeno hace medio siglo, se imagina hoy embarcado en misiones médicas o sentado bajo las palmeras de su ciudad natal planeando con los suyos la reconstrucción de Puerto Príncipe.
"En eso es que debemos concentrarnos ahora. No se trata simplemente de hacer edificios y levantar las casas. ¿Cómo reconstruir la moral de un país que hoy duerme con un ojo abierto y otro cerrado esperando una nueva tragedia? ¿Cómo reconstruir en una zona en la que ya se sabe que existe una falla geológica?".
Las preguntas lo acosan mientras a su BlackBerry no cesan de llegar mensajes de amigos haitianos que, desde distintos rincones del planeta, se animan a lanzar propuestas para el futuro en una cadena de esperanzas que se antoja más fuerte que el mismo sismo de ese 12 de enero. Es lo que Louis desearía leer, ver y escuchar —cuando se asoma a las noticias diarias— en vez de verse, casi derrotado, obligado a digerir noticieros y páginas de prensa que sólo desafían la desgracia y dibujan una Haití incapaz de levantarse de las cenizas.
No se debe hablar únicamente con la emoción de lo que está sucediendo ahora, después del terremoto, asegura el docente de 69 años, sentado en un salón de clases de la Usaca y minutos después de una reunión en la que ultima los detalles de un concierto benéfico al que confirmado su asistencia buena parte de las estrellas del firmamento musical de Cali.
"La situación de Haití parece fácil de contar, pero es difícil de interpretar", se apresura a decir después. En apariencia, nadie explicaría cómo el primer país de América en liberarse, "aún no ha conseguido ‘independizarse’ de su pasado político y social y del lastre de ser una nación aislada de sus vecinos simplemente por una barrera idiomática".
Parece difícil, porque mientras 60 segundos son suficientes para que la furia de la tierra destruya los recuerdos de la infancia, Louis necesitaría horas enteras para desdibujar del imaginario universal la idea de que la suya es una nación que se debe a sus ritos vudúes y a su fama triste de ser la cenicienta del continente.

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