Verdades detrás de una película


Después de recibir la ovación de la Berlinale y el Festival de Cine de Guadalajara, está en las carteleras colombianas ‘Retratos en un mar de mentiras’, ópera prima con la que el director bogotano Carlos Gaviria plasmó su mirada sobre el paramilitarismo. Confesiones de un cineasta sin agüeros.

Por Lucy Lorena Libreros

Una mirada más amable del país podría denunciar mucho mejor el problema de los desplazados. Piense en el cine italiano que es tan bello en la narración de asuntos trágicos. Si fuera a una sala de cine saldría, sin duda, desilusionado después de ver esta película”...

El realizador Carlos Gaviria tenía enfrente a José Obdulio Gaviria la tarde en que el hombre soltó aquella frase lapidaria. Ocurrió hace cerca de un año. Vestido de gabán negro, el hasta hace poco consejero de primera línea del presidente Álvaro Uribe había cumplido con rigurosidad la hora pactada para una cita a la que también asistió el entonces senador Gustavo Petro.

¿Cómo terminaron sentados en la misma sala de la casa dos formas tan antagónicas de concebir el mundo?

Ambos —recuerda el cineasta— habían llegado, por sugerencia de una periodista, hasta su estrecho apartamento en Bogotá para observar y luego analizar ‘Retratos en un mar de mentiras’, la ópera prima que Carlos aún no había mostrado en festival alguno; 90 minutos que le alcanzaron para narrar la historia de Marina, una joven que siendo niña vio morir a sus padres a manos de los paramilitares de Córdoba, situación que la obligó a deambular por el país hasta terminar en un barrio de miseria de la capital colombiana, como una desplazada más.

El dueño de casa escuchó con paciencia a los interlocutores. La charla tomó casi dos horas y mientras Petro aseguraba que acababa de ver una “realidad palpitante y trágica”, José Obdulio volvía a la carga: “Si lo que se quiere es hablar de política y de denuncia, yo jugaría más con la cámara para recrear otras cosas del país, sin sacrificar la historia”.

Carlos embistió las críticas con la misma tenacidad con la que se sumergió durante años, casi 20, en las entrañas de un fenómeno social que, dice, aún no termina de entender. Escuchó con paciencia los comentarios. Tomó notas. Habló cuando los ánimos de los invitados le dieron espacio y ante los dos —sin poses de sociólogo, sino con corazón de ciudadano— reconoció que su propósito con la cinta había sido elemental: retratar el país que encontraba todas las veces que regresaba de sus viajes por el exterior.

Carlos recuerda haber dado las gracias después del encuentro. Desde la puerta, vio marcharse a las decenas de guardaespaldas que habían invadido las escaleras del edificio donde vive. Únicamente al final de la extraña cita, solo en esa sala, presintió que cuando su película llegara a la cartelera generaría seguramente, como aquella tarde, muchas voces de rechazo y muchas voces solidarias. “Ese es el país que tenemos: dividido entre aquellos que pretenden ignorar lo que sucede y otros que intentan tomar conciencia para que las tragedias no se nos olviden”, se le oye decir.

Y ese estreno será pronto. Desde el otro lado del teléfono —en Los Ángeles, California, donde concreta alianzas para la distribución del filme— Carlos Gaviria asegura que su película arribará a las salas de cine de Colombia antes del 15 de mayo.

Lo dice aún con la emoción de haber arrasado en la pasada versión del Festival de Cine de Guadalajara, el más importante de Latinoamérica, donde ‘Retratos en un mar de mentiras’ se alzó con los premios a mejor película y mejor actriz (para Paola Baldión), además de recibir una recomendación del jurado para los Golden Globe y el premio paralelo de Distinción de Latinodifusión.

Su película ya se había paseado, en febrero pasado, por el Festival de Cine de Berlín, donde fue seleccionada —en un hecho sin precedentes en la historia del cine nacional— para competir por el Oso de Oro en la sección ‘Generation 14 Plus’ que busca mostrar a públicos jóvenes filmes que los inviten a la reflexión. Esos mismos muchachos son los que al final sirven de jurado.

Lo propio había ocurrido en el Festival de Cine de Cartagena de este año, donde después de ser favorita de la prensa y el público se llevó a casa la distinción a mejor ópera prima.

Tantos premios, sin embargo, no consiguieron extraviar el propósito que Carlos tiene con el filme desde que comenzó a concebir el guión hace casi dos décadas: lograr que a los colombianos no se les olvide que sus calles y sus montañas las siguen recorriendo, sin suerte, cerca de cuatro millones y medio de desplazados.

Carlos, ¿será que los colombianos sí necesitamos otra nueva película sobre el conflicto del país?
Por supuesto que sí. Durante muchos años, nosotros nos hemos comido el cuento de que vivimos lejos de los problemas. ¿Secuestro, desplazamiento? Son problemas de otros. De alguna forma, tal como los protagonistas de ‘Retratos en un mar de mentiras’, nos hemos vuelto ingenuos; en la película ellos creen que les devolverán fácilmente las tierras que les fueron arrebatadas hace años por los grupos violentos.

¿Y en qué sentido cree que los colombianos hemos sido ingenuos frente al tema?
En que la gente de verdad piensa que a los campesinos les están devolviendo sus tierras, que los ‘paras’ se acabaron. Todo eso, en mi opinión, es un mar de mentiras.

Cuando lo pone en esas palabras, ¿no teme que su película termine pareciendo panfletaria?
No lo creo así. Cuando pensé en el título de la película, inmediatamente vino a mí la palabra retrato, porque yo no pertenezco a ningún partido, a ninguna ideología. Y alejado de todo eso lo que quise hacer fue un retrato honesto del país, hablar en nombre de las víctimas. Me parece increíble que no haya más películas de este tipo. Es más, siento que más que política, lo que el filme tiene es una carga de humor negro, porque los que no creemos en ideologías —que somos al menos la mitad de los colombianos— somos capaces de encontrar humor hasta en las historias más desgarradoras.

Pero, ¿no cree que lo que nos llega de los noticieros, lo que leemos en la prensa, no contiene ya información suficiente para formarnos una realidad del país para además tener que buscarlo en una sala de cine?
Es una percepción discutible. El cine es arte, y una de las funciones del arte es hacer catarsis, hacer reflexionar a través de la realidad. El cine siempre ha buscado el drama y se basa en escenarios de contradicción, así ha sido el cine norteamericano por décadas. Imagínese una historia llevada al cine en la que todos estén de acuerdo, sería aburridísimo.

*****

El ‘Negro Gaviria’, como lo llaman sus amigos de toda la vida, habla desde su BlackBerry. Las preguntas parecen no incomodarle. Interrogantes de ese tipo se los han planteado periodistas de Francia, de Alemania, de Estados Unidos, de México. A todos les ha insistido: “La película es un reflejo de lo que yo siento por Colombia”.

Cristian Valencia, cronista samario que lo conoce desde hace varios años, le cree. El interés de ‘El negro’ —anota el periodista— no era hacer política, lo que hizo fue recoger una opinión que está en el ambiente: que muchos colombianos aún padecen la violencia que golpea a diario a este país. Y lo logró, creo yo, sin ser un ‘mamerto’. Lo que hizo, más bien, fue convertir un tema tan denso como el desplazamiento en una hora y media en la que el espectador atraviesa por todos los estados del alma, desde la risa a las lágrimas”.

En eso, en agitar los sentidos a través de las imágenes, Carlos Gaviria ha sustentado su carrera. Este bogotano de 53 años comenzó como camarógrafo de televisión, a mediados de los 80. Después, comenzó a dirigir en la pantalla chica series tan polémicas como ‘Mujeres asesinas’, que se vio en todo el continente a través de Fox, y el año pasado terminó las grabaciones de ‘Rosario Tijeras’, serie de 60 capítulos que se emite actualmente.

En su hoja de vida se leen, igualmente, otros detalles curiosos: este hombre ha sido el cerebro detrás de los cabezotes de novelas tan recordadas como ‘Yo soy Betty, la fea’, ‘La costeña y el cachaco’, ‘La madre’, ‘El fiscal’ y ‘Hasta que la plata nos separe’.

Gaviria también ha hecho presencia, durante más de una década, en la televisión de Estados Unidos, país al que llegó para estudiar cinematografía después de ganar una beca con Focine. Dirigió un documental, que también produjo, al que llamó ‘Declaraciones de guerra’, (2004) y la ‘Ley del silencio’ que se emitió con éxito en Dallas, Texas. También dirigió los documentales ‘Segundos’ (1994) y ‘Minas’ (1995).

Fueron años de trabajo imparable, en los que figuró también como director de fotografía en cine y televisión. Su talento, incluso, lo dejó a las puertas de Discovery Channel y National Geographic, donde colaboró en investigaciones de largo aliento. Incluso, la Unicef patrocinó un documental suyo que después se emitió en más de 300 canales de todo el planeta dedicado a la celebración de los 500 años de América.

La pregunta es obligada: después de tantos años en televisión, ¿de dónde nace la iniciativa de hacer una película?
Fue una idea que siempre tuve en la cabeza. El guión comencé a escribirlo hace más de 15 años, cuando iba y venía del país. Y cada vez que pisaba Colombia me llegaban a la cabeza las mismas preguntas: ¿Qué está pasando aquí? ¿Cómo es posible que todo esto ocurra? La historia fue sufriendo muchas modificaciones, porque desde esa época se hablaba de paramilitarimo, pero no de la secuela del desplazamiento. Al final lo que plasmé fue lo que siempre quise contar: el retrato de una colombiana golpeada de forma tan fuerte por la violencia que termina, producto del estrés postraumético, casi sin habla y con amnesia. Una mujer que termina viviendo el drama común de todos los desplazados: engrosando la periferia de las grandes ciudades.

Para que una película refleje la magnitud de una problemática como ésta se necesita una sesuda investigación, ¿cómo fue ese proceso en ‘Retratos en un mar de mentiras’?
Durante un año, viajé junto a Erwin Goggel (productor de la película, también colombiano) por diferentes rincones del país afectados por el fenómeno de los desplazados. Conversamos con víctimas en Bogotá, en Montería, en Cartagena. Eran rostros distintos, pero unidos por el mismo dolor de haber perdido a esposos, a padres, a hijos, a hermanos. Nos nutrimos de esas historias. Marina, la niña que ve morir a su mamá en una casa incendiada existe realmente.

***

Una vez amasada la historia, el asunto se echó a rodar en un pueblito que cuesta trabajo reconocer en los mapas: Riocedro, en el departamento de Córdoba.

Hasta allá llegó Carlos Gaviria, devoto del Buñuel que contó tantas veces a España y a México, y de Fellini, que escandalizó al mundo con su ‘Dolce Vita’. Llegó además un psicólogo para hacerles entender a todos qué es eso del estrés postraumático que han padecido todas las víctimas de las guerras.

Llegó Julián Román para interpretar a Jairo, primo de Marina, un colombiano típico de barrio popular optimista y vivaracho; llegó Edgardo Román para ‘dibujar’ al abuelo de la protagonista, y llegó también Paola Baldión, desconocida para el cine —se había asomado con timidez a la televisión— para encarar, con acierto, el viaje físico y emocional de Marina. El aspecto adusto y el mutismo de la jovencita sobre la que se sustenta todo este relato de un pasado que a pesar de tantos años sigue golpeando.

Y llegó además un Renault 4, “el más colombiano de todos los carros”, como lo define Gaviria. Porque ‘Retratos en un mar de mentiras’ quiso convertirse en la primera ‘road movie’ realizado en Colombia, un género cinematográfico cuyo argumento se desarrolla a lo largo de un viaje.

Y es que los protagonistas, en efecto, emprenden un periplo que los aleja del paisaje plomizo de Bogotá y los introduce, con el pasar de los kilómetros, en un paisaje de páramos y valles, donde el esmeralda de las montañas a veces se confunde con el azul de los ríos. Así, hasta arribar a un pueblo de la Costa Atlántica.

Y, mientras eso ocurre, canta entonces la ‘María mulata’, acompañada de esa deliciosa flauta que se esculpe en los Andes. Canta para preguntar “a dónde van las voces que oigo en mis sueños, quién oculta qué, quién las silenció”. Y el Renault 4 avanza en su camino. Y la historia de Marina, que anhela junto a su primo recuperar las tierras que alguna vez fueron de los suyos, sigue también su curso.

Al término de ese recorrido, al final de la película, Carlos ha visto en el extranjero cómo los espectadores se ponen de pie para aplaudirlo. Él, lo confiesa, se ha preguntado a veces si son aplausos para reconocer su apuesta visual o para celebrar que en sus países no ha llegado todavía ese dolor de personas que, de un día para otro, terminan siendo de ninguna parte.

“Lo sentí en México, en el festival de Guadalajara, cuando se proyectó la película y la gente me comentaba, con asombro, que sobre Colombia siempre habían escuchado hablar de narcotráfico y guerrillas, pero nunca sobre desplazados. Les sorprendía que a un país pudiera ocurrirle eso en semejantes proporciones”, recuerda Gaviria.

Pero eso suena extraño, Carlos. Finalmente, en el último par de años, la violencia se ha ensañado como nunca antes con México...
Claro, y ellos son los primeros en reconocer que ahora padecen el narcoterrorismo que nosotros sufrimos años atrás. Entonces, cuando ven una película como ‘Retratos en un mar de mentiras’, inevitablemente piensan que a los mexicanos les va a ocurrir lo mismo, que van por el mismo camino.

De alguna forma se equivocó José Obdulio Gaviria cuando advirtió que el espectador sentiría desilusión después de ver su película...
Sería muy vanidoso que yo le respondiera eso. Cada espectador se hace a su propia opinión después de ver la película. Yo a lo único que aspiro es a que mi película no genere indiferencia.

Comentarios