"Pablo Pueblo sigue vivo"


Diálogo breve, pero bien afinado, con uno de los salseros que ha sido, durante años, el ángel tutelar de mi pasión por la salsa. ¡Persígnate brother!


Por Lucy Lorena Libreros
Foto: Hroy Chávez
Cartagena

Sucedía siempre: estando en plena campaña para alcanzar la presidencia de Panamá, en 1994, los seguidores de Rubén Blades atiborraban coliseos, plazas y parques. El hombre había fundado un partido, ‘Papá Egoró’ (madre tierra); había elaborado un sustancioso plan de gobierno con énfasis en temas sociales; cuestionaba los despilfarros y errores de gobiernos anteriores. “Patria es una palabra muy usada para la sinvergüenzura”, se le escuchaba decir”. Y todo eso sonaba bien.

Pero entonces, en el epílogo de cada manifestación en público, todos esos seguidores olvidaban al político en ciernes que tenían en frente suyo y comenzaban a recordarle sus canciones, llevando el ritmo con las palmas de las manos: ese “diente de oro que iba alumbrando toa’ la avenida”… ese Pablo Pueblo, el hijo del grito y la calle, de la miseria y del hambre, del callejón y la pena”.

La anécdota la recuerda el propio cantante, en Cartagena, a donde llegó como uno de los invitados estrella del Hay Festival de este año. La recuerda y la justifica: “Muchos no lograron desprenderse del Blades cantante. Y yo, a la larga, los entendía, porque la música no es sólo divertimento, es también un vehículo para expresarse, para reflexionar. Y mientras los escuchaba cantar, pensaba este ‘Pablo Pueblo’ sigue más vivo que nunca”.

El padre de Pedro Navaja no ganó. El entusiasmo de sus votantes alcanzó para el tercer lugar. Y cuando todos pensaban que la experiencia lo dejaría fuera del ring de la política, sucedió que Martín Torrijos lo convenció de que se convirtiera en su ministro de turismo. “Muchos creían que por mi falta de experiencia no duraría ni tres meses. Pero me concentré en convertir a mi país en el país más visitado de todo Centroamérica, en epicentro de grandes eventos y convenciones. Me desconecté de la música. Nada de conciertos. Que no vinieran a decir: al musiquito le quedó grande ser ministro”.

Un nuevo acto de rebeldía. Porque Rubén Blades, hay que reconocerlo, ha hecho de la terquedad una virtud.

En 1969, cuando vio la luz su primer disco, ‘De Panamá a Nueva York’, incluyó, desestimando todos los consejos de sus artistas amigos, el retrato musical de ‘Juan González’. No era, sin duda, una buena época para andar cantando la desdicha de un guerrillero que terminaba abatido a manos del Ejército, “la tierra viste de luto, los campos lloran a Juan Gonzaléz”. 16 dictaduras se habían tomado a América Latina por esa época. Era casi un acto suicida.

Nada de eso ocurrió. Como tampoco que ‘Siembra’, álbum que generó escepticismo, incluso entre grandes como Jerry Masucci y Johnny Pacheco, echaría por el abismo la unión de Blades con Willie Colón. Los salseros ortodoxos lo declararon herético. Lo que pasó después, lo hemos cantando de sobra: ‘Pedro Navaja’ es el himno salsero de los latinoamericanos. Y ‘Plástico’ aún nos recuerda que en muchos de nuestros países “en vez de un sol amanece un dólar”.

El álbum no sólo se tradujo en ventas millonarias. Fue una lección que Blades convirtió en el blasón de su lucha como artista: “Entendí que nunca nadie debía decirme qué grabar, no he permitido que ninguna compañía de discos lo haga. Al comienzo era un riesgo grande, implicaba no convertirme en una figura mundialmente famosa, pero me convertía en un escritor. Y como sucede con los grandes libros, las buenas canciones ni los buenos álbumes tienen fecha de vencimiento”.

Había nacido, cómo no, la salsa intelectual, la salsa social. Ya estaba bueno de sólo “ven, vamo’ a gozá”.

¿Qué determinó esa irrupción de letras sociales en un género que hasta ese momento se había preocupado más por incorporar tambores y trombones abiertos que estrofas reflexivas?

“Mi niñez y adolescencia –confiesa Blades– estuvieron marcadas por fuertes episodios políticos. En 1964 Panamá fue escenario de una masacre cometida por el Ejército de Estados Unidos, que vivía en la Zona del Canal. Asesinaron a estudiantes que habían cruzado la 'frontera' para izar la bandera panameña, que no estaba prohibido. Súmale la existencia de más de 15 dictaduras militares en toda América, súmale Vietnam y la lucha por los derechos civiles de Estados Unidos. Y mientras todo aquello sucedía, Elvis Presley bailaba rock and roll; y sonaban los Beatles. Y sonaba también la orquesta Aragón, y Tito Puente y Richie Ray. Bebí de todo eso para hacer mi música”.

Hoy, 42 años después de haber elevado al firmamento salsero su primera canción, siente que la madurez le ayuda a escribir de forma más sincera. “Ya uno se preocupa menos por las consecuencias de lo que dices y haces. Cuando inicié, mi preocupación era hacer de las canciones de salsa una crónica cantada, una cantera de historias urbanas, de barrio, pero sin caer en el panfleto. Aún sigo creyendo que debe ser así, pero sin preocuparme eso qué reacción vaya a tener”.

El propio Carlos Fuentes lo entendió así. Y alguna vez dijo que las canciones de Rubén Blades eran como cuentos cortos.

Esa afinidad con la literatura lo llevó incluso a tratar de convencer al propio García Márquez, al que llama “un músico que escribe novelas”, de dar forma a un álbum a cuatro manos. Así lo recuerda Blades, a su paso por Cartagena. La misma ciudad donde –él lo sabe– el Nobel colombiano cocinó varias de sus mejores piezas literarias. “Un día lo llamé y le sugerí que escribiéramos un disco. De inmediato, dijo no. Me mandó a que lo escribiera solo. Al cuestionarle por qué sólo le escuché decir: “Porque no terminaríamos nunca”.

La anécdota terminó en un trabajo musical en el que Blades llevó hasta los terrenos de la salsa diez cuentos de Gabo, entre ellos, ‘Ojos de perro azul’, que no fueron muy acogidos.


No importó, dice Blades. “Hay música que cumple a veces el papel de ser nuestra banda sonora. No siempre lo que escribiré y cantaré le llegará a todo el mundo. Pero, a mis 62 años, me queda la tranquilidad de haber logrado que en el corazón de cada latinoamericano palpite, gracias a la salsa, la necesidad de construir una Latinoamérica mejor”.

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