Algunos en Cali consideran a este
hombre una suerte de Rey Midas de la música. Y hay razones sobradas
para creer que es así: en su estudio de grabación se han cocinado
éxitos para el Grupo Niche, la Orquesta Guayacán, Marc Anthony,
Luis Enrique, La India y hasta Cheo Feliciano. Pero él, Jose
Aguirre, no ha dejado de ser el hijo orgulloso de un par de
campesinos que un día, con su trompeta, partió rumbo a esta ciudad
en busca de la salsa.
Por Lucy Lorena Libreros
Foto: Ernesto Guzmán Jr.
Y vos, ¿de dónde saliste?, le soltó
a quemarropa Jairo Varela, con su voz metálica de siempre, sentado
frente a la consola de grabación de Estudios Niche. El joven
trompetista, poseído por los nervios, no supo qué responder.
Alguien acudió en su auxilio y salió a explicarle al maestro que
él, Jose Aguirre, era el bendito muchachito de Pereira del que tanto
le habían hablado. Jairo lo escrutó de arriba a abajo con ojos
curiosos y puso a sonar de nuevo ‘Cuando se muere el amor’, esa
canción con arreglos innovadores que le había gustado. Era de Jose.
Ese fue el principio. Lo que siguió
después de ese primer encuentro, ocurrido hace casi ya 30 años, fue
una historia contada en tres capítulos largos: una amistad que la
cárcel puso a prueba, ocho años de gloria para la más grande
agrupación salsera de esta ciudad y una cita a la que la muerte se
atravesó el 8 de agosto de 2012.
Los recuerdos de esa historia los va
soltando Jose, vestido de camisa y jeans, sentado en un estudio de
grabación del barrio Vipasa. El más moderno de Cali. El suyo. Lo
montó hace 13 años y la Cali musical sabe bien que lo que se graba
en este lugar sale perfumado de éxito.
Por aquí, hace un tiempo, estuvieron
los integrantes de la orquesta Matecaña, cuya canción ‘La voz de
Mamá’ fue pan del cielo para los gozones de la Feria de diciembre. Claro, la
compuso y produjo Jose Aguirre. Y usted, seguro, la bailó: “El que
hace bien, lo hace por su mama/ el que hace mal se encomienda a su
mama/ el que trabaja le ayuda a su mama/ y el que roba le lleva a su
mama. Y no olvida nunca su mano santa/ que lo bendice haga lo que
haga/ y no olvida nunca su vieja santa/ que se queda orando pa’ que
vuelva a casa”...
Lo propio habían hecho Willy García y
Javier Vásquez, una década atrás, cuando emprendieron la aventura
de ‘Son de Cali’. Y ya sabemos también lo que pasó: el dúo,
que vio su final hace poco, propuso un nuevo sonido para la salsa caleña.
Fue Jose Aguirre quien los apadrinó cuando a otros les pareció que
ese formato, dos hombres cantando salsa al unísono, no calaría.
Pero todo esto vino a suceder muchos
años más tarde. Hoy es 7 de junio de 2013 y Jose Aguirre se arellana en su
silla, dispuesto a seguir recordando. El hombre habla suave, podría
incluso decirse que afinado.
Y usted lo ve ahí, tan afable y
desprevenido ante su propio talento, que cuesta creer que se trata
de uno de los mejores productores de la música latina. Del mismo
tipo que no hace mucho llegó de Miami, después de grabar un álbum
para Marc Anthony. El mismo que ha ganado cuatro premios Grammy; el
amigo de Cheo, de Richie y de Bobby, de Eddie Palmieri.
Es un hombre que parece cargar la
sencillez como moneda suelta en los bolsillos. No ha dejado de ser,
piensa uno, el hijo orgulloso de ese par de campesinos errantes que
llevaron a la familia Aguirre por varios pueblos del Eje Cafetero en
busca de mejores tiempos.
Jose nació en Chinchiná, pero fue en
Pensilvania, Caldas, donde conoció la música. La culpa fue del
‘profe’ Alonso Quintero que tenía en el colegio una banda que
interpretaba porros, pasillos y bambucos alegres. El profe advirtió
con buen juicio que el chico tenía oído afinado. Le enseñó a
leer música y las primeras bases de armonía. Jose tenía 11 años,
estaba en primero de bachillerato y ya desde entonces sabía que
entre sus manos habría siempre una trompeta.
Justo ahora, en su estudio de
grabación, hay una al fondo. Una Fides Pioner que compró en
Alemania. Jose quiere seguir hablando. Hay muchas cosas para contar.
Muchas, como ese primer encuentro con Jairo Varela.
Por entonces, cuenta, no tendría más
de 22 años, pero sí una experiencia de miedo, acumulada gracias a
su paso temprano por agrupaciones que le darían una oportunidad
antes de que el genial músico chocoano se convenciera de que el
muchachito de Pereira era oro puro para hacer música.
Recién llegado a Cali desde la capital de Risaralda, donde dio sus primeras tonadas profesionales como
trompetista, Jose había comenzado a trabajar con ‘Los del Caney’,
agrupación con aliento a son cubano de la Cali ochentera. El joven
se marchó con ellos a una gira por Europa, que lo llevaría con su
trompeta hasta Madrid, Barcelona, Londres, Milán y Bruselas.
“Yo no lo creía —reconoce ahora—.
Me vine a Cali sin conocer a nadie, pero el destino me fue colocando en el
camino correcto. Venía de trabajar con la Banda Departamental de
Risaralda y me iba bien, hacía muchos conciertos; pero allá conocí
amigos a los que les gustaban el jazz y la salsa ‘heavy’, la
salsa sabrosa, Fania, Lavoe, Richie Ray, vos sabés. Fue toda una
revelación. Un día me dije ‘la buena música está en Cali’. Ya
para entonces pensaba poder tocar un día con Niche; y con apenas 18
años lo dejé todo y para acá me vine. Era el año 88. Llegué a
Cali en busca de la salsa”.
Y la encontró. Con ‘Los del Caney’
se quedó un año; después estaría algunos meses cantando en
restaurantes hasta que la buena estrella volvió a brillar: a su casa
llamó Tito Gómez, a quien le habían hablado de un joven virtuoso
como instrumentista y arreglista.
El cantante puertorriqueño había
renunciado al Grupo Niche y deseaba que Jose le ayudara con un sueño:
fundar ‘La BorinCali’, orquesta de músicos caleños con la que
pudiera viajar por el mundo. Jose se puso en la tarea, pero una
noche, de regreso a casa, escuchó en la contestadora la voz de Nino
Caicedo, compositor de la orquesta Guayacán. Buscaba a un trompetista y él
parecía estar hecho a la medida de las exigencias de Aléxis
Lozano, su fundador.
“¡Cómo decir que no! —recuerda—.
Terminé frente a Aléxis en una audición y casi de inmediato con un
contrato en Guayacán, que vivía una época dorada con el álbum
‘Oiga, mire, vea’. Tuve que llamar a Tito a decirle que no”.
Quizás hizo bien. Con Guayacán emprendió una
gira por Estados Unidos, México, Aruba, Perú y Curazao. Aplausos de
pie. Discos de oro. A sus pies, con apenas 22 años, el Madison
Square Garden. La fama.
*****
Y vos, ¿de dónde saliste?. Jose trae
al presente aquella frase y se echa a reír. La primera vez que tuvo
a Jairo Varela tan cerca, esa tarde en los estudios Niche, sobre la
Calle Quinta, él y ‘Los del Caney’ daban los últimos toques a
‘Retocando’, álbum apadrinado por Niche Discos, sello creado
por Varela para apoyar a nuevas agrupaciones.
Era un proyecto ambicioso y el grupo
quiso tener de nuevo a Jose en sus filas, pero Varela los frenó en
seco: “Para esta vaina hay que buscar gente profesional”, les
dijo, de espaldas a un destino que ya estaba escrito: ese trompetista
no solo sería el director musical de su orquesta sino uno de sus
amigos más entrañables.
De la grabación terminaron por
encargarse Ángelo Torres y José Febles, que había trabajado con
varios artistas de la Fania. Pero ‘Los del Caney’, sin que Jairo
lo supiera, incluyeron un último track, ‘Cuando se muere el amor’,
con letra y arreglos de Aguirre.
Jairo comenzó a escuchar todo el
álbum, canción por canción, y lanzaba comentarios, duros, como era
su estilo. "Cuando llegó a la mía notamos que la escuchaba con
atención. Se acabó y la puso a sonar de nuevo", cuenta Jose. "Dijo que ese era el
tema que le gustaría para promocionar el álbum. Yo estaba como
soñando, pero lleno de nervios. Es que Jairo era un hombre
imponente, de carácter recio. Fue entonces cuando el director del
grupo le contó que yo era el muchacho del que tanto le habían
hablado”.
No pasó mucho tiempo antes de que el
chocoano lo llamara, a pesar de que sabía que trabajaba para
Guayacán. Lo citó a su estudio. El joven acudió y encontró al
maestro grabando ‘Tiempos de ayer’. Jairo lo invitó a tomar una
trompeta. “Vamos a hacer este arreglo los dos”, sentenció.
Comenzó a dar ideas. Jose escribía y armonizaba.
El joven músico vino a saber mucho
después que era una forma del maestro ponerlo a prueba. Debe ser
porque, como dice el escritor Umberto Valverde, Varela tenía un
olfato excepcional para “reconocer a los grandes músicos”.
Fue, está seguro, el comienzo de una
de las ‘sociedades’ más fructíferas de la salsa caleña. “Jose
dejó Guayacán y se fue con Niche. Y con él no solo aprendió de
música; lo que Jose es hoy como productor y arreglista se lo debe
también a la disciplina y rigurosidad en la forma de trabajar que
vio en su mentor”.
Comenzó con proyectos musicales
alternos de Niche. La Suprema Corte y la Orquesta Paraíso. Año 92.
Lo de los dos era un asunto de creación colectiva: Jairo, sin ser
músico ni escribir una sola nota en el pentagrama, tenía el raro
don de hacerse entender para explicar cómo deseaba que sonaran sus
canciones. Tarareando, golpeando los dedos en la mesa si era
necesario.
La tarea de Jose, pues, consistía en
traducir esas señas con instrumentos. “Es difícil de explicar:
Jairo no era bajista, pero sabía con exactitud cómo deseaba que
sonara el bajo. No era pianista, pero presionaba al suyo hasta dar
con el ‘tumbao’ que necesitaba. Hoy nadie duda de que Jairo
Valera dejó un sonido propio, reconocible, que pasará a la
historia”.
Aguirre habla y al fondo un grupo de
jóvenes, que graba en su estudio, hace sonar ‘Ana Milé’ con
notas distraídas. Ahora estamos en 1993 y en un álbum, ‘Un alto
en el camino’, que nos entregó un Niche más romántico. ‘Duele
más’, ‘Sin palabras’, ‘Gotas de lluvia’... Vendrían luego
‘Huellas del pasado’, ‘La magia de tus besos’ y enseguida un
episodio que puso a prueba su lealtad y su amistad: la cárcel.
Pero algo andaba mal desde que el llamado
Grupo de Búsqueda irrumpiera en Estudios Niche, en cualquier momento
del día, para hacer allanamientos. “No sé qué es lo que buscan”,
se quejaba Jairo.
La orquesta continuó con su vida
artística hasta 1995 cuando a Varela le dictaron orden de captura.
“Yo estaba con el grupo en Nueva York y Jairo en Miami. Pero él
viajó a Colombia para entregarse”.
Maestro y discípulo volvieron a verse
en la cárcel de Villanueva, en una celda de dos metros por dos, en la que el
espacio se lo peleaban un catre y un nochero. Jose lo encontró
hacinado, pulverizado por el dolor. El encuentro tardó solo 10
minutos, los suficientes para que el trompetista intuyera el
naufragio del compositor en medio de la desesperación: “No sé
esta situación cuánto vaya a durar. Necesito que te hagás cargo de
Niche”.
Fue todo lo que dijo antes de un abrazo breve de lágrimas
calladas.
Esa época la recuerda Willie García,
vocalista de Niche en ese entonces. “Todos nos preguntábamos cómo
haría Jose para sacar adelante al grupo en semejante circunstancia,
con la presión de los medios, con la necesidad de seguir haciendo
música, pero lo hizo”.
¿Cómo? Durante un año, de lunes a
viernes, y mientras la orquesta no estuviera de gira, Jose llegaba
hasta Villanueva, a las 8 de la mañana, y se sentaba a componer con
Jairo. Ambos sentados en el catre, ambos apenas ayudados por una
guitarra acústica, un lápiz y un borrador.
Fue de esa guitarra que nacieron los
arreglos de ‘A prueba de fuego’, ‘Señales de humo’ y parte
de ‘A golpe de folclore’, durante los dos periodos en los que
Jairo Valera permaneció privado de la libertad.
Meses difíciles. Con la música
garrapateada en papel el día anterior, hasta las 6 de la tarde, Jose
llegaba a Estudios Niche después de convocar de emergencia a los músicos.
“A la mañana siguiente regresaba a la cárcel, con la canción
grabada en un cassette para que Jairo simplemente dijera que no le
gustaba. Y así, unas tres o cuatro veces más por cada canción. Era agotador. Si
grabar con él frente a frente era difícil, imagínelo a ‘larga
distancia’. A veces nos sorprendía llamando al estudio desde un
teléfono monedero de la cárcel para dar indicaciones, mientras yo
acercaba la bocina hasta los instrumentos para que él escuchara. O a
veces me sorprendía con la noticia de que iba a ir al estudio un par
de horas, con la excusa de que iba para una cita médica. Casi
enloquecemos todos: los músicos, los ingenieros y yo”.
Casi. La orquesta sobrevivió, pero
Jose sentía que físicamente no podía seguir. Producto de los días
de encierro forzado, empezó a padecer de claustrofobia. Si viajaba
en avión era necesario tomar pastillas para dormir. Si debía
quedarse en la habitación de un hotel, prefería amanecer tendido en
el ‘lobby’ antes que verse encerrado en cuatro paredes, como le
ocurrió una vez en México. “Jairo no me aceptó la renuncia. Me
pasó un papel en blanco. Yo ponía las condiciones económicas y él firmaba.
Pero no acepté. Sentía que, después de 8 años, mi ciclo con Niche
había terminado”.
*****
Tras partir del Grupo Niche, afuera aguardaba por él Yuri
Buenaventura. Otro loco genial. Fue él quien le ayudó a que, poco a
poco, la realidad de Jose Aguirre fuera recuperando su nitidez.
Yuri —para quien Jose grabó los
trabajos ‘Yo soy’, ‘Vagabundo’, ‘Salsa dura’ y ‘Cita
con la luz’— escribe desde Francia. Cuenta en varias líneas
que el talento del trompetista cafetero consiste en “fraternizar la
sonoridad de la música caleña lo mismo con la música del Pacífico
que con el jazz o los nuevos ritmos urbanos. A Jose Aguirre siempre
te lo encontrarás en el camino produciendo, creando, estudiando”.
Lo reconoce también Diana Serna,
cantante caleña. Dice que “Jose atraviesa por un exquisito momento
creativo. En su música y sus letras se nota la madurez que le ha
dado el tiempo”.
Al coro se une el vocalista Javier
Vásquez, a quien Jose le produjo ‘Yo soy’, álbum con el que
asomó de nuevo la cabeza tras la desaparición de ‘Son de Cali’.
“Es exigente, perfeccionista, no perdona errores. Grabar con él es
garantía de calidad”.
Jose lo sabe. Pero en el fondo es un
hombre tímido. Calmado. Si le preguntas, se define como un tipo al
que le gusta hablar más con la trompeta que con sus palabras. Con su
música.
Lo sintieron los caleños que el 16 de
mayo de 2013 llegaron hasta el Centro Cultural de Cali para presenciar un
experimento bello: los clásicos del Grupo Niche en versión
‘descafeinada’, acústica, en clave de jazz, del soul y bossa
nova.
En este mismo estudio de grabación en
el que Jose habla hoy, sentado en un sofá verde, Jairo escuchó
esos arreglos y les dio su bendición. Fue la última vez que alumno
y discípulo se verían. Justo el día en que falleció el chocoano,
un 8 de agosto, ambos tenían una cita para las 2 de la tarde. Pero
la muerte, una hora antes, cambió los planes. Jairo se marchó a su
cielo de tambores y Jose quedó en la tierra, con buenos recuerdos y
mejor música, haciendo sonar su trompeta.
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