"El Borges que yo conocí"



'Corazón de alcachofa’ le dijeron alguna vez por la facilidad con la que se enamoraba. Ciorán lo llamó ‘El último delicado’. Álvaro Castaño Castillo prefiere decirle mi amigo Borges. Así, como si aún no hubiera muerto.


Por Lucy Lorena Libreros
Publicado en la revista Gaceta - Junio 2009

Al pobre Macario le tocó hundir el acelerador más de la cuenta, ese sábado de 1963, para que Álvaro Castaño, su jefe, llegara a tiempo a la cita desesperada impuesta por Borges en el Hotel Continental de Bogotá. El asunto tenía sus mañas: desde la Calle 85 con 12, donde reside aún el director de la emisora HJCK, no era fácil llegar con prontitud al destino pactado, que se alzaba por ese entonces en la Calle 19 con 4, en pleno centro. Pero Macario, piloto avezado y temerario, atravesó velozmente la Circunvalar y consiguió dejar al hombre a las puertas de la cita.
El resultado de los minutos que siguieron se resume, en parte, en la página 853 de un libro verde y regordete, ‘Borges, obras completas’, difundido en 1974, en Buenos Aires, por Emecé Editores. En esa hoja blanca, casi tan delgada y sedosa como la de una Biblia, se lee con letras redondas ‘Elegía’, poema que el escritor, aún soltero, le dictó al colombiano con versos necios, mientras su madre cambiaba dólares a pocas cuadras del hotel, uno de los más emblemáticos de la vida capitalina hace medio siglo.
La otra parte, la más encantadora, está escrita en la memoria de Álvaro Castaño Castillo, el abuelo de la radiodifusión cultural del país. Un hombre que a sus 88 años, con una memoria de envidiar, revive con palabras entusiastas ese encuentro con Jorge Francisco Isidoro Luis Borges.
Todo empezó con una llamada que repicó en su casa, después del almuerzo. Creyéndose curtido en las tomaduras de pelo de sus amigos, que varias veces lo llamaban haciéndose pasar por el poeta, el abogado creyó que la voz que escuchaba al otro lado de la línea no era propiamente la del ilustre ciego.
"Es en serio, Álvaro. Le habla Jorge Luis Borges", corrigió el argentino, con su inconfundible voz arrastrada. "Lo llamo para que venga a mi hotel lo más rápido que pueda. Necesito pedirle un favor muy grande". Y colgó.
Con la ansiedad de conocer la razón de esa urgencia, Álvaro arribó a la habitación 519 del hotel. El escritor, vestido de camisa blanca y pantalón oscuro, lo recibió con un saludo parco y un apretón de manos sudorosas que ya tenían listas el lápiz y el papel.

–Borges, ¿qué te pasa?, preguntó Castaño.
–Pasa que estoy enamorado...
–Qué lindo, Borges, ¿pero qué tengo que ver yo con eso?, volvió a preguntar él, intrigado y confundido.
–Mucho, respondió el poeta. Estoy enamorado de una mujer que no se le puede nombrar a mi madre, no la resiste. Vos sabés que todos los poemas se los he dictado a la vieja, pero esta vez es imposible... Tomá el lápiz ya que no hay tiempo. Mi madre volverá pronto.

Entonces Álvaro fue anotando, línea tras línea y con caligrafía escolar producto de la prisa, aquellos versos desesperados. Estrofas que, al parecer, hacían honor a su nombre: una elegía no es otra cosa que una composición poética, usada por los hombres de corazón triste, para lamentar la muerte de una persona o cualquier acontecimiento digno de ser llorado. Al menos así lo creían los griegos.
Y a juzgar por el tono de lamento de aquel llamado telefónico, por la voz temblorosa con que pronunciaba aquellos versos y por la fatalidad eminente de haberse topado con un amor imposible, las razones sobraban para creer que Borges necesitaba escribir una elegía.
Y así lo hizo:

"Oh destino el de Borges,
haber navegado por los diversos mares del mundo,
o por el único y solitario mar de nombres diversos.
Haber sido una parte de Edimburgo, de Zurich, de las dos Córdobas, de Colombia y de Texas,
haber regresado, al cabo de cambiantes generaciones, a las antiguas tierras de su estirpe,
a Andalucía, a Portugal y a aquellos condados donde el sajón guerreó con el danés y mezclaron sus sangres.
Haber errado por el rojo y tranquilo laberinto de Londres,
haber envejecido en tantos espejos;
haber buscado en vano la mirada de mármol de las estatuas;
haber examinado litografías, enciclopedias, atlas, haber visto las cosas que ven los hombres;
la muerte, el torpe amanecer, la llanura y las delicadas estrellas...
Y no haber visto nada o casi nada sino el rostro de una muchacha de Buenos Aires, un rostro que no quiere que lo recuerde.
Oh, destino el de Borges, tal vez no más extraño que el tuyo".

Pobrecito Borges
Razón tenía el amigo de juventud que alguna vez bautizó al porteño como el hombre de ‘Corazón de alcachofa’, en virtud a esa facilidad e intensidad, incomprendida por muchos, con la que se enamoraba.
Los recuerdos de esa tarde asaltan ahora a Álvaro Castaño en su oficina, una sala amplia tapizada de enciclopedias y fotos viejas, desde la cual sigue manejando las ondas de la HJCK, que saltó al AM el 15 de septiembre de 1950, de la mano "de cinco gatos" enamorados de la idea de transformar la radio de la época, que sólo disparaba "rancheras, decretos oficiales, chistes de mal gusto y noticias mal pronunciadas".
Los recuerdos le van brotando de la memoria mientras acaricia su bastón delgado, esculpido sobre un palo de café que alguna vez él mismo arrancó de su finca en el Tolima. Cada vez que quiere enfatizar en su relato lo golpea sutilmente contra la alfombra.
Son evocaciones de un encuentro breve. Apenas si Álvaro alcanzó a colocar el punto final del poema de catorce versos, cuando la madre del poeta —mujer menuda y de cabello cenizo que se convirtió en el lazarillo de sus ojos apagados—, tocó a las puertas de la habitación. Les tocó disimular a los dos. "Yo me sentía como un niñito después de cometer una travesura. Pero él era así, a pesar de su edad y de su gloria, vivía pegado a las faldas de la mamá. Era tan infantil que tenía la obsesión de llegar a un estado de pureza en el amor. Y eso no existe".
Y encima tenía esa mamá sobreprotectora, "que vivía detrás suyo para obligarlo a que tomara una medicina inmundita que sólo conseguía buen sabor con un vaso de leche. Pobrecito Borges".
Borges ya no vive para revelarle quién fue merecedora de esa elegía sabatina. "Él me quitó el papel y nunca más volví a saber del poema hasta que, años después, lo leí en una compilación que Belisario Betancourt me regaló", cuenta Álvaro, después de un sorbo de café.
Ese es el libro verde y regordete que tiene apostado con cariño en la inmensa biblioteca de su casa, junto a títulos de arte y literatura, fotos sepias y otros recuerdos acariciados por el tiempo que hablan de su amistad entrañable con el escritor.
En algún momento Álvaro creyó que la dueña de esas líneas desesperadas era María Esther Vásquez, amiga cercana al argentino, pero su amigo Juan Gustavo Cobo Borda, también poeta, lo hizo desistir con un argumento demoledor: "no creo que Borges se haya enamorado nunca".
Murió Borges, pero el misterio sigue vivo en el recuerdo del abogado bogotano. Tan viva como esa amistad cuya génesis parece retratar una foto en blanco y negro en la que los dos sonríen frente a un micrófono de la HJCK.
Eran los tiempos gratos en que el director de la primera emisora cultural que se escuchó en Colombia conseguía grabar la voz del poeta, que en ese entonces sólo se escuchaba en la Radio Municipal de Buenos Aires. "Después de una corta charla, lo convencí de que editáramos una grabación con lo mejor de sus obras. Fue, cómo no, una experiencia salpicada por su personalidad infantil", recuerda Castaño. "Justo el día de la grabación le dio por decirme que teníamos un grave problema: que él, además de ciego, tenía mala memoria".
Convencido de no querer dejar pasar la oportunidad de tener a una de las plumas más influyentes del Siglo XX sentado en la HJCK, Álvaro le salió al paso a la dificultad con una solución un tanto engorrosa: "No se preocupe, yo me sé de memoria todos sus poemas. Así que yo los puedo ir dictando, verso por verso, mientras usted los va pronunciando, verso por verso". Fueron tres horas agotadoras. La grabación apenas alcanza 14 minutos.
El episodio fue, quizás, el primer ladrillo que empezó a edificar una amistad de varias décadas entre el colombiano y el dueño de los versos apasionados y los cuentos nostálgicos que retrataban los suburbios porteños con sus tangos y sus fatales peleas de cuchillo.
Es curioso: Jorge Luis Borges nació para el mundo el 24 de agosto de 1899. Este año completaría 110 calendarios. Así lo siente su amigo colombiano, que cuando se expresa sobre él lo hace como si en realidad no hubiera escuchado la noticia de la muerte del escritor a través de su propia emisora.
"Es que él sigue vigente en mi vida, dice Álvaro. Yo lo quiero. Y lo digo en presente porque sus poemas no han muerto para nadie. Y si lo que uno escribe no ha conocido la fatalidad, quiere decir que hay motivos para creer que su corazón sigue latiendo en algún lado".
Ese cariño hacia el escritor argentino ha resistido, incluso, los embates de lo que puede parecer una traición a todas luces. Sucedió después de la segunda visita de Borges a Colombia, cuando Castaño se paseaba, dichoso, con la grabación que contenía esos versos que sólo consiguió arrancarle a Borges después de tres horas angustiosas.
Escoltado por ese preciado tesoro, llegó hasta Buenos Aires con la primicia de la voz compilada de Jorge Luis Borges, la cual sería lanzada en una gala en la Embajada de Colombia en el país gaucho.
Juan David Botero, hermano de Fernando, el pintor y escultor antioqueño, lo recibió a su llegada con una noticia que le quebró el corazón. Parado frente a la vitrina de una librería, Álvaro advirtió un pendón que anunciaba, con bombos y platillos, —como si se tratara de esa gran chiva que él esperaba dar en ese país— la versión ‘pirata’ de su grabación en Bogotá. "Me dio una desilusión muy grande, pero no podía desbaratar la recepción que me habían preparado".
El encargado de la distribución de la grabación en la capital argentina, Bonifacio del Carril, le sugirió demandar al poeta; "usted está en todo su derecho", le insistió. "Piense que él era el único que tenía copia del original".
Es un episodio que Álvaro confiesa abiertamente que no le gusta contar y hoy cree que fue una situación que puso a prueba esa amistad de décadas.
Aún hoy, el radiodifusor colombiano sigue creyendo en la buena fe del hombre de ‘Corazón de alcachofa’, al que nunca pensó en demandar, como le sugirieron. "Yo creo que él no recibió un solo peso. ¿Qué hubiera ganado con llevarlo a un estrado judicial? Seguramente, algunos días de fama. Nada más".
Prefirió quedarse con la versión "tierna y sincera" que le regaló el escritor, parado en frente suyo, "con su mirada sin luz". Borges volteó y con vergüenza le dijo: "Es horrible lo que le he hecho, pero eso le pasa a usted por hacer negocios con cretinos de solemnidad".
Pobrecito Borges. Pobrecito Álvaro Castaño Castillo que tuvo que someterse al cretino destino que le dejó una elegía de nunca olvidar.

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