“Lo único que me intimida es el toro”


El día que le confesó a los suyos que quería ser torero tenía 13 años. Hoy, Luis Bolívar completa 8 viviendo en España y desde allá no paran de llegar buenas noticias: lleva 16 tardes en Las Ventas y ha salido victorioso de las plazas de Sevilla y San Fermín.

Por Lucy Lorena Libreros
Publicado en la revista Gente Joven - El País
Diciembre 2008


Es curioso, la de Luis Bolívar no es una historia convencional. Al otro lado de la línea no se escuchan las respuestas de siempre: que de niño lo llevaban a la Plaza a ver corridas; que se sentaba tardes enteras a hablar de toros con don Sammy, su papá, un taurófilo experto; ni siquiera que el regalo de Navidad que más recuerda es una muleta o una espada de juguete.

Lo más cerca que llegó a estar de la fiesta brava parece un mal chiste: vivía a dos cuadras de la Cañaveralejo y desde su cuarto sentía el eco del público que aplaudía verónicas y chicuelinas. Él era el único que no estaba allí. La suya es una historia de rebeldía. Un día cualquiera confesó que se quería ganar la vida en el redondel. Su familia puso el grito en el cielo. Mamá Soraya decía que de aquello no se podía vivir.

Y él, firme, como si se tratara del torero enfrentado a la bestia en el último tercio. A los 13 años no hubo vuelta atrás. Ya estaba bueno de batir sin gracia la bola en una escuela de béisbol, todo porque en su casa creían que era la mejor manera de atajar la hiperactividad. Se metió a la Escuela Taurina, se preparó con Enrique Calvo, ‘El Cali’, y a los 14 años una cornada en los muslos le enseñó que se había metido en un mundo de valientes sin retorno.

Las anécdotas vienen al caso mientras está sentado en un rincón de su chalet en Naval Carnero, a las afueras de Madrid. "Un barrio tranquilo, de casas típicas y bonitas". Vive con sus padres y sus dos hermanos, Sammy y Vanessa. Me dice que en ese lugar no sólo es feliz, es un hijo más: de puertas para adentro "nada de ínfulas de estrella". Es que eso de alcanzar la fama a los 23 años debe pesar tanto como un toro de lidia con sus 600 kilos enfurecidos. Él no lo siente así, "es un reto grande, pero no me asusta, lo único que me intimida es el toro".

LA MANO A LA ESPADA.
Pasaron muchas tardes de fracasos, cornadas y estocadas fallidas antes de que a Luis Bolívar le llegara la popularidad y hoy le lluevan aplausos y orejas en las plazas de Colombia, México y España. Tras su paso por la Escuela Taurina de Cali, en el 2001 fue becado un año por la prestigiosa Escuela de Madrid.

Una oportunidad que vale su peso en oro y que pocos tienen. Aquello de pensar en la mera posibilidad de convertirse en gran matador en una tierra donde, precisamente, nacen los mejores del oficio, parecía más el sueño romántico de un torero extranjero que un proyecto con futuro.

Pero Luis no hizo caso de los ánimos pesimistas. Al fin de cuentas tiene mucho de su signo zodiacal. Es tauro –¿curiosa coincidencia?– y no teme decir que su temperamento es fuerte, aunque por momentos lo traicione su corazón noble. "Al toro no le importa si eres español, colombiano o de la China. Está bien, hay que reconocer que cuando eres de afuera las oportunidades se dan gota a gota; pero de eso se trata la vida, te enseña que cuando quieres luchar por tus sueños debes agarrarte del clavo ardiendo".

Gracias a esa convicción fue que el talento de ese niño caleño que escuchaba triste el eco de la fiesta brava desde su casa, no tardó en quedar sobre la arena. Una tarde de buena suerte y mejor espada lo vio torear, en la Escuela de Madrid, la familia Lozano, la misma que décadas atrás hizo lo propio con César Rincón. Fue elegido entre un centenar de estudiantes que habían viajado desde diferentes rincones del mundo con el mismo anhelo. Más tarde lo vio el famoso ganadero Victoriano Martín. Fueron sus primeros apoderados y éste último el maestro al que todavía Luis le pide consejos y le confiesa sus temores de matador.

Ya lleva ocho años viviendo en España y al escucharlo ronda la pregunta de qué tanto le queda de caleño. De vez en cuando, me dice, se le cuela "una salsita o un vallenatico" en una fiesta familiar, pero sus ratos libres son para el flamenco, para leer sobre filosofía o ver películas. "Como dicen los españoles, me gusta el plan a la ‘maruja’: con sofá, mantas, palomitas y helado". Es un pelado sin afanes. Sin ínfulas de grande. Y eso también es curioso.

En el 2003 la crítica taurina española lo catalogó como el mejor novillero de la temporada y este 2008 completó 16 tardes en la Plaza Las Ventas de Madrid. Ha capoteado en las ferias de San Isidro, en las de San Fermín, en las de Sevilla y Bilbao. De varias ha salido en hombros."No hay duda. Los españoles me han tratado bien, pero siempre me exigen, lo hacen desde que era un novillero (en esa etapa permaneció durante dos años). Y eso me anima a seguir. Me indica que me falta mucho por aprender en este arte", asegura Luis. El deseo permanente de los toreros es no desilusionar a su afición, agrega, "para eso es que se derrama tanta sangre en la arena, para que el público se vaya contento a casa".

No le gusta que le pregunten por corridas de antología, de nunca olvidar. "Todavía no he hecho la faena de mi vida, el día que eso pase cuelgo los trastes y me voy para la casa. Lo tengo clarísimo". Prefiere hablar más bien de momentos de vértigo, como ese 24 de julio del 2004 cuando vivió su cornada más peligrosa. Esa tarde era su ‘alternativa’, así le llaman los toreros a la faena en la que se consagran como matadores, "una especie de doctorado". Los más novatos reciben la venia del más avezado de la tarde.

En su caso, su padrino fue ‘El Juli’. Y justo cuando entró a matar, un toro lo recibió con una embestida de peso: Luis Bolívar recibió dos cornadas, la primera en una pierna y la otra en el pecho, mucho más profunda, a sólo un centímetro del corazón.Estuvo hospitalizado durante 15 días, la mitad de ellos en estado grave, pero es que ser bueno en la arena tiene su precio: "Esta profesión no está hecha para niños, finalmente no sales a jugar un partido de fútbol, te juegas la vida misma y cada cicatriz se convierte en una medalla; en eso radica la gracia de pararse frente al toro".

¿Tardes para olvidar? "Ha habido muchas". Tardes de lágrimas y rabia. El 19 de mayo pasado, durante una corrida en San Fermín, tuvo la oportunidad de salir en hombros de la plaza; cada pase con el capote y la muleta estuvieron impregnados de magia, pero al momento de matar Luis no pudo pinchar al animal. "Los que estuvieron presentes saben que en esa tarde me jugué la vida, pero así es esto, el toro sale y es impredecible".

Lo dice así, firme. Como el día en que le confesó a los suyos que soñaba con ganarse la vida en el redondel. Ya no tiene que refugiarse en su casa para sentir de lejos el eco de la plaza ‘ardiendo’. Ahora él está adentro. Ahora los aplausos son para Luis Bolívar.

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