Un pueblo de película


El rodaje de ‘Todos tus muertos’, la nueva película del director Carlos Moreno, alteró la vida de Andalucía, en el centro del Valle del Cauca. Un pueblo que, de un día para otro, se despojó del traje de ilustre desconocido que ha tenido siempre y amaneció convertido en un gigante set de grabación. Crónica.

Por Lucy Lorena Libreros


E
l nieto entró corriendo por el estrecho corredor que separa la sala del patio, esquivó con acierto las materas, evitó enredar los pies en la mecedora, le perdonó la vida al viejo televisor que recién habían movido de su puesto para barrer y aterrizó en el lavadero. Sólo entonces, con palabras perforadas por la falta de aire, soltó con dificultad su ráfaga apocalíptica: “Abuela, en este pueblo va a haber un terremoto”. Doña Esther no hizo caso y siguió abandonada a su faena de espumas y detergentes. Desde hacía rato, confesaría luego, se había resignado a la imaginación de fábula del muchacho; el mismo que una mañana le hizo soltar el cucharón sobre la olla hirviendo para que atendiera al señor que había ido a entregarle el premio de una rifa comprada por ella la tarde anterior. Únicamente cuando se vio parada en solitario en el portón de la casa comprobó que se trataba de un mal chiste.

El nieto volvió a la carga:
—Abuela, ¿no me oyes? Dicen en el parque que en Andalucía va a haber un terremoto.
—Esos son cuentos tuyos Diego, respondió la anciana, escoltada por el rumor del chorro de agua del lavadero.
—No es mentira, allá en el parque están preparando a la gente para cuando tiemble, incluso trajeron desde Bogotá a unos actores famosos que ayudarán en una campaña de prevención.

Pero ella ni cerró la llave, ni soltó el jabón. Y eso ocurría mientras, a escasas tres cuadras de aquel patio, en el parque principal de Andalucía un grupo de ‘extranjeros’ halaba cables e instalaba cámaras y reflectores. Corría el viernes 20 de febrero y ese villorrio de veinte mil habitantes, donde el tedio es un habitante insobornable, amaneció aquel día convertido en un gigante set de grabación.

Nada tenían que ver aquellas personas, cerca de 25, con una oficina de prevención de desastres como le habían contando al nieto. Eran, en realidad, los mosqueteros del equipo de producción de ‘Todos tus muertos’, la nueva apuesta cinematográfica del director Carlos Moreno (el mismo de ‘Perro come perro’), proyecto que un año atrás había ganado la convocatoria del Fondo para el Desarrollo Cinematográfico del Ministerio de Cultura.

A la abuela Esther le llegó la versión esclarecida sólo días después. Antes de que eso sucediera había escuchado toda suerte de hipótesis: Que estaban grabando un comercial para la Gobernación, aseguraba Inés, su vecina. Que era la manifestación política de uno de los candidatos de turno, corregía Patricia, la que madrugaba a asar arepas. Que se trataba de un simulacro en caso de incendio, comentaba Raúl, el que entrega la leche a diario. Que era una tarea de los alumnos del Eliázar Libreros, el colegio más grande de Andalucía, pregonaban otros.

Que fuera este lugar y no otro el escogido fue un capricho de Carlos Moreno. Eso dice él. Pero a la larga, concluye uno, fue el pago de una deuda pendiente con la nostalgia: sus abuelos nacieron en este municipio y Humberto, su padre, político de fuste durante décadas, no cambió las comodidades de la ciudad por una finca en la que Carlos ha pasado sus mejores años. Así que si bien Carlos nació en Cali, no faltan los que gustan de regodearse en mieles de famas ajenas y sacan a relucir su parentesco con el reconocido cineasta. “Yo soy primo suyo”, ha escuchado decir el realizador, a cada rato, durante los días de grabación.

Por eso, quizá, no fue titánico convencer a las autoridades de rodar el filme en sus linderos. Albeiro Sepúlveda, el Alcalde, agradeció el gesto de que escogieran a su municipio y colaboró como pudo. Incapacitado para ofrecer presupuestos generosos, se le ocurrió facilitar los postes de sus calles para tomar de allí la energía necesaria para mantener encendidas las cámaras y los reflectores.

El Presidente del Concejo se sumó a la comitiva y dejó a disposición su cuatrimoto pues algunas escenas se grabarían en los corregimientos de Campoalegre y El Salto, a campo abierto. Cualquier cosa, cuenten conmigo, les dijo. Y sí, lo han necesitado un domingo, a las siete de la mañana, y él ha atendido al llamado más animado que el propio director. El cura, por su parte, no se opuso a grabar en la Iglesia si el guión lo requería. Y el comandante de Policía prestaría a sus hombres sin problema.

***

Ha pasado casi un mes desde el inicio del rodaje, hoy es martes 16 de marzo. Doña Esther no está ahora en el patio, sino en el antejardín de su casa, escoba en mano. El barullo de esa gente contadora de historias no ha cesado. Pero ella sigue sin entender en qué estaba pensando Carlos cuando se le ocurrió que en Andalucía se podía hacer cine. “Aquí, donde ni siquiera tenemos una fábrica y donde lo más extraño que se oye es la sirena a las doce del día”.

Mientras lo dice son casi las once de la mañana y a esa hora, a varios metros de su casa, una voz femenina sumerge a actores y curiosos en un mutismo rotundo. Es la voz de Claudia Pedraza, la asistente de dirección. Por cuenta de ella, la señora que a esta hora prepara el jugo del almuerzo se ve obligada a apagar la licuadora porque, así esté en el segundo piso de su vivienda, el más mínimo sonido corre el riesgo de filtrar la grabación. Lo propio le ocurre al señor que pasa por el lugar y pretende contestar la llamada de su celular y el joven que, camino a la droguería, debe continuar su marcha con la moto apagada. Dos miembros del equipo de producción vigilan que nada altere la cuadra que tienen acordonada. Nada, ni una bicicleta o un caminante desprevenido. “Preparados… silencio”.

El plan indica que se está rodando la escena 46. Álvaro Rodríguez, el popular actor de teatro y televisión, entra en pantalla. Se asoma a la ventana de una casa de fachada mandarina donde funciona ‘Espacial Stéreo’, que esta mañana suspendió su programación habitual para que el director y sus muchachos echaran su rollo. Vestido de camisa a cuadros, pantalón de dril, botas de caucho y machete al cinto, aquel es el momento en que Salvador, el protagonista, un campesino interpretado por Álvaro, llega para denunciar una masacre ocurrida en su parcela. ¡Corten! Hora de almorzar.

En las calles vecinas, una parte de Andalucía trata de no naufragar en la novedad de “aparatos y gentes venidas de otros lados”. Un grupo de ciudadanos sigue escrutando en la Registraduría las urnas de las votaciones del domingo anterior. Los dueños del Gran Circus Show promocionan el nuevo espectáculo. Dos novios se hacen promesas a la salida del colegio. Los choferes conversan sobre mujeres bajo los almendros del parque. Adriana, que vende cholados cerca de la iglesia, intenta hacer lo propio. Pero si no fuera, replica enseguida, “porque de lo que yo venda depende que coman en mi casa, allá estaría viendo cómo es que graban la bendita película, es que eso no se ve todos los días”.

Tampoco solía verse en Andalucía, recuerda la mujer, una fila tan dilatada como la que brotaba, en pleno centro, dos semanas antes de iniciarse el rodaje. Una hilera en la que “había gente hasta de tres ojos”. Eran los aspirantes a quedarse con un papel en ‘Todos tus muertos’. Era el día del casting.

El rumor de que buscaban actores naturales se regó en pocos días, como suele ocurrir en casi todos los pueblos: como una mala noticia. El ‘correveidile’ demostró ser más eficaz que el Mejoral para un dolor de cabeza. “¿Una película? ¿Aquí, en Andalucía?”. Entonces Leo, el barrendero, le contó a Elmer, el administrador de la panadería del parque; doña Gabriela, la que vende almuerzos, le pasó el dato a uno de sus sobrinos “a ver si por fin se ocupaba en algo”. Don Chepe, dueño del granero ‘El centro’, lo comentó con sus clientes y estos llegaron a sus casas no sólo con el cubo de caldo de gallina y la botella de aceite, sino con el chisme certero de que el pueblo dejaría de ser famoso sólo por la gelatina de pata que se estira en sus samanes. ¿Alguien sabe de qué se trata la película? Da igual. “Importa es que nos van a hacer célebres”, se le escucha decir a Adriana.

Nadie quiso perderse la oportunidad, a pesar de que el pueblo parecía flotar ese día en el calor más aplastante. Jhonny Cobo, el loco más popular del pueblo, pidió monedas aquí y allá, hasta que le alcanzó para pagar la peluqueada y la afeitada. Tan bien quedó, tan decente, tan de mostrar, que costó trabajo reconocerlo, todo perfumado, en la fila de 300 personas que aguardaban su turno a la salida de la Casa de la Cultura. Hasta allí llegaron también madres esperanzadas —unas cien— con sus hijos cogidos de la mano, porque parte del chisme rezaba que sería necesario un pequeño para el filme.

Ni siquiera Francisco Javier Moreno, a quien no le había llegado el rumor hasta su casa, se salvó de terminar parado frente a las cámaras recitando algunas líneas. El ingenio le había alcanzado hasta entonces para ser ayudante de bus, chofer ocasional y un obrero que pinta y estuca casas. Después de echar mano de una gracia natural que no sabía que tenía, se paró frente a la cámara y navegó en esas aguas desconocidas como pudo. Salió del lugar sin saber si le había ido bien o mal, pero con el orgullo de enterarse, gracias a los productores, de que Hollywood “tenía un actor igualitico a mí, un tal John Malcovich”. Tres días después, el teléfono repicó en su casa para avisarle que lo habían escogido.

Desde entonces —y eso que falta casi un año para que la película llegue a las salas de cine— al hombre que en otros días llamaban ‘Gallina’, porque de niño salía a correr cada vez que lo retaban con puños, ahora le gritan Vladimir. Así se llama su personaje en la cinta; es un candidato a la alcaldía.

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El pueblo duerme la siesta bajo el sopor del medio día. Dentro de poco se encenderá la cámara otra vez. La escena nueva ocurrirá en la esquina de la sede de la Alcaldía hasta donde habrá llegado Salvador para continuar en su denuncia.

Álvaro Rodríguez, el más asediado del elenco, regala sonrisas a los estudiantes que le piden un autógrafo en el centro del parque. Otro más le acerca un helado, la de más allá le grita que se deje invitar a un jugo. No falta quienes lo convidan a una ‘pola’ bien fría en la cantina, pero a él le toca decir que no, que muchas gracias, porque “como diría Benedetti, dos tragos son poco y tres muy poquito”.

No es la primera vez que este actor de Sevilla, Valle, se ve obligado a permanecer varios días en un pueblo por cuenta del cine. Pero tal vez sí es la primera en la que se siente como un galán extraviado. No es el más guapo, ni el más fornido; jamás protagonizaría una novela junto a Danna García, pero en Andalucía las muchachas le sueltan la mano a sus novios para correr a su encuentro, deseosas de tomarse una foto junto a él. Álvaro apenas se ríe. “Tengo varios almuerzos pendientes, y eso que me he ‘cachetiado’ una de sancochos y desayunos que no se imagina”, dice, instantes después de que un flash rebotara en sus ojos.

Tras esos minutos de relax, camarógrafo, sonidistas y productores toman sus posiciones. Esta vez, eso de pedir silencio no ha sido problema. Los actores se alistan, los curiosos también. ¡Grabando! Así no más. Y entonces, tan sólo tres semanas después de que el pueblo se viera convertido en un set itinerante, en un pueblo donde costaba trabajo lograr que sus moradores asistieran a las funciones de sábado para ver ‘La vida es bella’ o ‘El ladrón de bicicletas’, ahora todos hablan de cine como si vivieran en las entrañas de Hollywood. Más de uno se apresura a confesar que toda su vida ha soñado con ser actor. Otros más se imaginan, como Carlos, dirigiendo sus propias películas.

Diego Ramírez, productor de ‘Todos tus muertos’, cuenta que historias como esas las ha escuchado a diario. Piensa en John Alexánder Mayor y Johnatan Feijoó —fundadores del Teatro Experimental de Andalucía— que escriben guiones con la esperanza de convertirlos en documentales y largometrajes. “Ellos creen que al no tener buenas cámaras nunca podrán materializar sus proyectos, pero les decimos que el cine no se hace con aparatos sino con buenas historias”.

Incluso John, que participó en la película como muerto, demostró que en su caso el cine es cuestión de mística: no tuvo problema en cumplir su turno de operario en una fábrica de La Paila hasta las 6 de la mañana, y una hora después alistarse para grabar en un maizal doce horas continuas. Así, durante dos semanas completas.

Gladys Gallego dejó abandonado por un mes la casa de banquetes que sostiene con su familia y trabajó sin afanes en la producción. A Ximena Valencia, de 16 años, tampoco le importó terminar con una dolorosa insolación. Ella, que también aparecerá en la cinta como una difunta, se siente afortunada.

Es una dicha compartida en todo el pueblo y tiene sus raíces en la falta de oportunidades que reina desde hace una década. “Cada año se gradúan 160 pelados y si al menos 5 entran a la universidad es mucho”, se queja Johnatan. Los demás acaban desempleados. La gelatina y los panderos, que los turistas se arrebataban en otros tiempos, dejó de ser negocio desde que se inauguró la Doble Calzada. Y como el cambio climático no necesita de vías para llegar a su destino, frenó en seco a quienes vivían de cultivar limones, naranjas y mandarinas: cuando la tierra pedía agua, hacía sol. Cuando era imperioso el calor, llegaban los aguaceros sacramentales.

La mayoría de los muchachos terminan arañando unos cuantos pesos en labores de construcción esporádicas. Los pocos que logran un trabajo estable trabajan como operarios en Tuluá y Bugalagrande. Hoy más de 6 mil jóvenes, después de hacer los mandados de la casa, se quedan sin nada qué hacer y eso se ha convertido en caldo de cultivo para el brote de sicarios contratados por bandas de mafiosos.

Será por eso a nadie le talla que Andalucía entera, de un día para otro, haya amanecido transformada en un set de grabación. Son las cuatro de la tarde y ahora los contadores de historias han llegado con sus cámaras y sus luces al corregimiento de Campoalegre. Será la última toma de este martes. De nuevo Álvaro Rodríguez en primer plano. De nuevo los curiosos. “Silencio, grabando”...

Hasta razón tendría Diego cuando alertó a su abuela de que en este rincón de la Cordillera Central ocurriría un terremoto: el director y sus mosqueteros se encargaron de agitar los cimientos de un villorrio donde el tedio es un habitante tan ilustre que lo único que consigue alterarlo, como bien lo diría Esther, es la sirena del medio día. ¡Corten!

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