Poeta de la calle


Jorge Drexler, el hombre que se queja de ser un vaso vacío a pesar de tanta lágrima suelta, abandonó la guitarra para conversar con GACETA antes de tomar, en Madrid, el avión que lo traería por primera vez a Colombia


Por Lucy Lorena Libreros

Es cierto que Jorge Drexler abandonó la medicina hace muchísimo tiempo. Pero no caemos en falsedad si decimos también que aún sin su bata blanca tiene el raro don de seguir sanando. En todo caso, habría que hacer una aclaración justa: ahora le bastan únicamente su guitarra y su voz.

Y esa voz, que no es la de un poeta —ya lo habíamos dicho, es médico otorrinolaringólogo— deja escapar, sin embargo, frases de un lirismo delicioso. Si usted no tiene idea quién es Jorge Drexler —no es su culpa, no estamos frente a un frenético vendedor de discos—, pero de golpe se estrella con ‘Al otro lado del río’, la reina de su repertorio, es probable que termine reflexionando, como él, que en este mundo hay “tanta lágrima y yo soy un vaso vacío...”

Si está enfermo de nostalgia, el vademécum ‘drexleriano’ sugiere una gragea efectiva: ‘Aquellos tiempos’. Ya verá que después de varias dosis terminará por darle la razón: “...Todo tiempo pasado es peor, no hay tiempo perdido peor que el perdido en añorar”.

Cierto es también que aunque esa voz y esa guitarra siempre estuvieron allí —en su juventud cantaba en sinagogas y fiestas de familia— supieron mimetizarse en las paredes de un consultorio. No fue sino después de los 30 años cuando este uruguayo dejó de escribir fórmulas médicas para escribir canciones. Suyas y ajenas.

Mercedes Sosa, Omara Portuondo, Ana Belén, Pablo Milanés, Víctor Manuel, Ana Torroja, Rosario y Shakira han tomado sus letras para llevarlas a sus discos. Del virus se contagiaron hasta directores de cine. Walter Salles, el brasileño que narró en pantalla el mítico viaje de Ernesto ‘Che’ Guevara y Alberto Granado por Latinoamérica, pensó en Drexler para el tema principal de ‘Diarios de motocicleta’.

Y entonces ocurrió que ‘Al otro lado del río’ consiguió una nominación a los Oscar. Iberoamérica entera veía muy cerca no sólo la posibilidad de quedarse con el primer galardón en la historia de la Academia para una canción en castellano, sino el honor de que uno de sus hijos se subiera al Teatro Kodak para cantarla.

No lo entendieron así sus organizadores que sentían a Drexler como una estrella de luz débil en el firmamento de la música. La noche de los premios, Antonio Banderas y Santana interpretaron, ante el desconcierto de muchos, aquella canción ajena.

A los pocos minutos, Prince, con un español a media lengua, anunciaba a Drexler como ganador; el uruguayo subió al escenario, hizo a un lado lo típico —“doy gracias al cielo, a la familia, a mi mánager”— y aprovechó esos segundos de oro ante millones de televidentes para un gesto más poderoso: cantar a capela los versos de su canción.

La anécdota la recuerda bien el crítico musical Manolo Bellon. Han pasado ya cinco años desde entonces y aún sigue pensando que a Drexler le hace falta un reconocimiento justo. “Fíjate, a pesar de la altísima calidad de sus composiciones, de su enorme sensibilidad, de interpretar la guitarra con el alma, el tipo no llenaría el Parque Simón Bolívar. ¿Qué ha faltado? Como dirían por ahí, cinco centavitos pal’ peso”.

Víctor González, ejecutivo y seguidor fervoroso de su música, asegura que por eso mismo lo mejor que le pudo pasar a Drexler fue recibir la bendición de Joaquín Sabina y hacer carrera en España, donde “los oyentes están menos prejuiciados y abiertos a saborear todo lo que les llega”.

Los europeos, por tanto, según Víctor, lo aceptaron como lo que es: “un ciudadano del mundo que hace música globalizada. Su música refleja la estética y la sensibilidad de estos ciudadanos de la aldea global, con toda su soledad. Drexler vive en este mundo que nos obliga a consumir, pero él reivindica lo sencillo, la charla, la poesía, la caricia”.

Y así, sencillo, antes de su arribo a Medellín para cantar en el Congreso Iberoamericano de la Cultura, la voz del Jorge Drexler que alza la bocina en Madrid para esta entrevista se siente igual a la del médico que invita a su paciente a tomar asiento. Jovial. Atento. “Hola, cómo estás, pregunta no más”.

Y GACETA, cómo no, preguntó.

Jorge, usted confesó alguna vez que le gustaba nuestro vallenato y compositores como Alejo Durán. ¿De dónde nace ese gusto?
La culpa es de mi abuelo quien vivió en Colombia mientras trabajó en un plan de educación rural de la Unesco. En las vacaciones solía traerme discos de vallenato. Es más, tengo familia en Manizales, la Montilla Jaramillo, pues mi abuelo, al enviudar, se casó con una colombiana. Cuando él vivía, me veía con mis parientes de seguido, ahora no tanto. Por eso tenía tantas ganas de venir a Colombia, eso le hubiera causado ilusión a mi abuelo, estoy seguro.

¿Se le mediría a interpretar un vallenato? Rosario, por ejemplo, se animó a hacer su propia versión de ‘La gota fría’...
No lo haría, por respeto. Una cosa es que te guste un estilo musical y otra que te sientas con autoridad para interpretarlo. De hecho, a pesar de que llevo 15 años viviendo en España, sólo hasta hace muy poco me atreví a incorporar la guitarra flamenca en mi música. Me da mucha curiosidad saber cómo sonará ‘La gota fría’ en la voz de Rosario. ¡Qué valiente es! Sin duda, es más valiente que yo.

Usted parece una especie de poeta urbano que, sin embargo, no olvida el folclor del Uruguay, ¿cómo logra equilibrar la balanza entre esos universos y cómo los enlaza además con sus raíces judías?
Pues muchas gracias por lo de poeta. Creo que no existe una contradicción entre folclor y poesía; el primero puede tener niveles líricos que a veces ni la poesía erudita alcanza. Nunca he visto una contradicción entre cultura popular y refinamiento. Por otro lado, una de las características de los judíos es que históricamente hemos carecido de aristocracia dentro de nuestro esquema social; el poder religioso nunca ha sido tan fuerte como en otros credos, con una cúpula directiva y esas cosas. Siempre ha existido una especie de solidaridad social y pseudo igualdad de clases que nos ha permitido adaptarnos con facilidad, tal como lo hicimos en la cultura popular de Estados Unidos. De todas esas raíces, de las judías, de las uruguayas, de las portuguesas, de las asturianas que llevo dentro me he nutrido para hacer mi música.

Usted se ha referido en varias oportunidades a la dictadura del Uruguay, ¿qué tanto en realidad lo afectó ese momento de la vida política de su país?
Mucho. La dictadura se inicia en el año 73, cuando yo tenía 9 años y salí de ella con 20; es decir, todo el proceso de formación de mi vida adulta transcurrió en la dictadura y eso me marcó indeleblemente. Mi generación es hija de la dictadura. A nosotros, por ejemplo, nos costó muchísimo el baile, la expresión corporal no es fácil para los uruguayos producto de la aplastante censura cultural. Cuando la dictadura acabó, mi generación buscó esas sensaciones corporales reprimidas a través de la música brasilera y el reggae. Pero muchos se fueron al otro extremo, a la marihuana, al hedonismo, al narcisismo, a la ausencia total del discurso político...

Eso, por supuesto, también permeó la música...
Sí. La mayor parte de los músicos se fueron, casi que me crié en un país sin música, en los años 70 ser músico era un oficio clandestino. Después, con la apertura política todo eso volvió, pero muy impregnado de rabia y de dolor, de un intento de reaccionar ante la falta de libertad. Nosotros queríamos liberarnos de todo, de la canción de protesta y por eso miramos hacia Brasil y hacia Jamaica, para recuperar esa alegría robada. Demoré mucho tiempo en descubrir que nos habíamos volcado hacia el hedonismo, que parecía no existir una forma de huir de esa carga de melancolía que había dejado la dictadura. En mi caso, creo que la melancolía me perseguirá siempre.

Además de melancolía, sus letras denotan un alto nivel literario, ¿cómo lo alimenta?
Es extraño, no tengo ninguna formación literaria. Soy un lector disparejo, a veces me entusiasmo con algo y leo mucho, otros periodos me alejo de los libros porque estoy dedicado a mi música. Me gustan muchos autores, muchos poetas. Mi preferido, Antonio Machado.

Pero ha hecho poesía y cuento...
Sí, en un momento. He intentado retomar la tarea, pero durante años sólo he escrito para mis canciones. De vez en cuando me libero y hago mis versos. Desde que era niño me gusta la versificación pues en mi casa siempre hubo una tradición familiar de leer versos en las fiestas y en mi familia estaba bien visto saber versear y tener ocurrencias en versos. El lenguaje ha sido un asunto importante en mi familia, por eso tal vez muchos de mis parientes han sido maestros; la utilización correcta del lenguaje, hablar bien, era quizás la exigencia mayor que había en la casa. Yo en ese sentido soy muy vieja escuela: no puedo escribir un mensaje de texto sin dejar de colocar comas y tildes, para mí es algo sagrado.

Le iría bien entonces como periodista...
No sé, no he ejercido nunca como periodista, aunque es una profesión que respeto mucho.

De cierta forma sí porque al escuchar con atención sus canciones uno advierte a una suerte de cronista de lo cotidiano...
Si lo ejerciera, haría una especie de ‘microperiodismo’. Me cuesta mucho hablar de los grandes sucesos, cosa que no ocurre con las pequeñas batallas cotidianas. No me preguntes por qué, no lo sé.

Además de ese sello particular de sus letras, Jorge Drexler suele también evadir los moldes tradicionales de la industria musical. En su álbum ‘Cara B’, por ejemplo, se permitió grabar con sonidos de la calle. Ahora, en ‘Amar la trama’ prescindió del estudio y grabó sin retoques digitales. Todo un riesgo, ¿no?
Siempre he hecho lo que he querido en mis discos, desde la época en que trabajaba con un sello discográfico independiente y pequeño en Uruguay, hasta ahora que trabajo con Warner Music. Siempre supe que el responsable de los errores y los aciertos en mis discos iba a ser yo. Nunca me han impuesto nada. Me considero, por eso mismo, un mal vendedor de discos. Cuando la industria discográfica era fuerte yo vendía pocos discos. Cuando empecé a vender un poco más, la industria discográfica se hundió. Así que siempre los he hecho independientemente del nivel de ventas. La difusión de mi música se dio mucho tiempo boca a boca, ahora se da blog a blog.

Pronto se completarán cinco años desde que su canción ‘Al otro lado del río’ se quedara con un premio Oscar. ¿Aún evoca ese momento con sinsabor?
No... Recuerdo esa canción con mucha alegría, el sinsabor y el hecho de que no me invitaran a cantar se me pasó rápidamente. Al fin de cuentas, habían nominado mi canción y después sentí una avalancha de emociones cuando recibí la estatuilla y canté una estrofa de mi canción delante de todo el mundo.

¿Cuál es la historia de esa canción?
Fíjese usted que fue una canción que escribí después de leer el guión de la película. Lo leí como hasta las ocho de la noche, después me fui a dormir. Al día siguiente desperté como si hubiera soñado la canción y dos horas después la tenía escrita. La grabé en mi computador portátil, en la casa de unos amigos donde pasaba unas cortas vacaciones, y así, tal como la grabé, con un micrófono prestado y todas las carencias técnicas posibles, llegó hasta los Oscar.

Y le gustó la versión de Antonio Banderas...
No me gustó a mí ni le gustó a él... Aunque Antonio se portó maravillosamente conmigo, creo que ese fue un mal momento para su carrera. El arreglo de la canción estaba sobrecargado, la escenografía era totalmente ‘kitsch’ y la guitarra de Santana estaba pasando por encima de la voz de Antonio.

Siempre se creyó que los organizadores, tan cuidadosos del rating, temían que usted se opacara poco en medio del brillo de tantas luminarias. Pienso entonces en una frase suya: “No es el amor sino el miedo lo que mueve al mundo”. ¿Aún piensa igual?
Basta ver las noticias para advertir que el miedo tiene logros contundentes. Una persona que actúa con miedo puede romper de un solo golpe lo que durante siglos se ha hecho con amor, de no ser así la Biblioteca de Alejandría seguiría en pie. Creo en la fuerza enorme del amor, pero reconozco que sus logros suelen ser frágiles. La buena noticia es que, finalmente, sin amor no existiría la música.

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