Almudena Grandes vino a Colombia a hablar de erotismo. Y uno podría pasar conversando con ella horas sobre eso. Mejor no: el mérito de su prosa es lograr que España se reconcilie con su pasado de sangre y de guerra. Letras políticas.
Érase una vez la guerra.
Almudena Grandes tenía sólo doce años cuando entendió el significado de la República. Estaba en la cocina con su madre, y mientras ambas dejaban en su punto la masa de unas galletas, la niña alcanzó a ver una foto en blanco y negro de Josephine Baker, una sensual bailarina afroamericana de comienzos del Siglo XX, célebre no sólo por sus curvas de vedette sino por encarnar un verdadero escándalo de su tiempo: se decía que era lesbiana y sus faldas sobre el escenario se elevaban por encima de las rodillas. Aquello era menos que imperdonable en los años clericales años 20.
“Tu abuela la vio bailar”, alcanzó a escuchar la chica después de alzar la vista del retrato. Algo debía andar mal, en todo caso, pensó: “¿Cómo era posible que mi abuela asistiera con mi abuelo al espectáculo de una mujer desnuda, que a veces cubría los pezones de sus senos sólo con un par de estrellas, en un teatro de España?”.
Cómo era posible si ella, la pequeña Almudena, sentía a diario en su Madrid natal los reproches de un régimen ultraconservador que entendía las artes más como una expresión del comunismo que como una manifestación del espíritu.
Entonces la República, concluyó, venía a ser lo mismo “que la vanguardia”. Y entonces la España de su tiempo —esa que comenzó a correr desde 1936 cuando el generalísimo Franco asumió el poder— era una nación encapsulada “que permaneció estancada por culpa de una dictadura de casi cuatro décadas”. Con los años acabó por admitirlo, consternada: “Mi abuela fue más moderna que yo”.
Ella misma es consciente de que fue, tal vez, el primer acto político de una mujer —a la postre una de las plumas más leídas de su país— que a sus 50 años sigue parada sobre la convicción de que España necesita una reconciliación profunda con su pasado. “La falta de reflexión ha sido el mayor de nuestros problemas. Nos ha costado mirarnos al espejo. Mientras oficialmente se siga sin aceptar cuál ha sido la evolución histórica de este país, los españoles continúan sin saber, precisamente, sobre qué país están parados”.
El que Almudena transita está plagado de historias que detallan los horrores de las víctimas de la Guerra Civil. Las ha buscado, unas; otras le han llegado casualmente y varias más las ha investigado con disciplina de budista. En todos los casos, después de escucharlas y confrontarlas, ha hecho lo único que sabe hacer, pese a que un cartón de la Universidad Complutense de Madrid certifique que se graduó en geografía e historia: escribir.
Desde hace más de una década, Almudena Grandes emprendió una tarea editorial que busca sacudir de la modorra a esa “España desmemoriada”. En 2002 arrancó con paso firme y le presentó al mundo ‘Los aires difíciles’, novela aplaudida por la crítica que retrata el perfil de Sara Gómez, una mujer que lo perdió todo, incluso a su familia, por culpa de la guerra que desencadenó, lo sabemos de sobra, la era franquista.
Tras cinco años de investigación y documentación histórica, en 2009 publicó ‘El corazón helado’ —uno de los libros más vendidos de España en los últimos cinco años y para muchos de sus lectores una de sus novelas más ambiciosas—. Mil páginas en las que reconstruye la confrontación de dos familias opuestas ideológicamente, que vivieron de distinta forma la Guerra Civil, el exilio, la dictadura y la transición a la democracia. La novela recoge casi un siglo de vida de España, desde la II República, pasando por la Segunda Guerra Mundial, hasta llegar a los 70, cuando acaba la dictadura.
El año pasado anunció otra empresa literaria de mayor aliento: una serie compuesta por seis novelas a la que bautizó ‘Episodios de una guerra interminable’.
Y cumplió. En septiembre vio la luz la primera de ellas, ‘Inés y la alegría’ (Tusquets). Esta vez, una historia de amor enmarcada en un episodio real de la Guerra Civil poco documentado en los libros: la invasión del Valle de Arán a manos del ejército de la Unión Nacional Española liderada por el Partido Comunista.
Episodio que, según la escritora, de haber sido valorado en su real magnitud —“imagínese, arrebartarle a Franco un pequeño valle de esa España que él creía intocable”— habría cambiado para siempre el curso de la Guerra Civil y, de alguna forma, el papel de España en la Segunda Guerra Mundial, que se declaró neutral, pese a su clara simpatía por las ideas fascistas de Hitler y Mussolini.
Almudena, uno siente que su generación se abrogó, desde diferentes disciplinas artísticas, la misión hacer una tarea de revisionismo histórico. Pero no es menos cierto que una parte de la sociedad española no quiere saber nada de ese pasado. Pensemos en el juez Baltazar Garzón: quiso reabrir el debate de las víctimas, pero muchas autoridades le cayeron encima...
Es cierto. Como también que en literatura ya se ha escrito mucho sobre la Guerra Civil. Pero creo que es un momento de la historia de España sobre la que es necesario mostrar otras cosas, algo distinto a las historias heroicas. En esa guerra se escribieron otras menos románticas y más brutales que aportan claves para entender a España. ¿Qué nos falta? Escribir, por ejemplo, sobre las incidencias de la guerra en la configuración de este país como nación. Fue una guerra feroz, que mató a un millón de personas y muchísimas más cosas en todos los órdenes. Muchos españoles se han desentendido, pero aún padecemos las consecuencias de la Guerra. La transición en realidad no fue ninguna transición, nunca se discutió ni se debatió. Y la monarquía quedó como gran defensora de la democracia y se concluyó que lo mejor era pasar página. ¿Por qué existe hoy un límite a la libertad de expresión, por qué no se puede cuestionar a la monarquía? Pues una consecuencia de la Guerra Civil.
Érase una vez una escritora.
El día que conversó con GACETA, un sábado en la mañana, Almudena se encontraba en Barranquilla. Era una de las invitadas internacionales a la quinta edición del Carnaval Internacional de las Artes, ese sueño intelectual que hizo posible el periodista caribe Heriberto Fiorillo y que durante cinco días invita a medio país a pensar y a conversar.
Y a eso venía Almudena, a conversar. Ese mismo sábado se sentó en el Teatro Amira de la Rosa con el novelista colombiano, residente en Madrid, Marco Schwartz, para hablar sobre literatura erótica.
Había fundadas razones para que la española aceptara intercambiar ideas al respecto. Su desparpajo intelectual, tal vez. Quizás la más poderosa haya sido la publicación en 1989 de ‘Las edades de Lulú’, un relato de corte erótico que le mereció el premio La Sonrisa Vertical y que terminó en el cine, un año después, de la mano de Bigas Luna, célebre por filmes como ‘Jamón jamón’, película interpretada por Penélope Cruz.
Almudena tenía sólo 28 años y esa, su primera novela, que fue traducida a 19 idiomas, la ubicó de inmediato como una de las grandes promesas de las letras de España.
La culpa, lo ha confesado ella, es de Benito Pérez Galdós, novelista, dramaturgo y cronista; el mayor representante de la novela realista del Siglo XIX. Los libros lo reseñan como uno de los más importantes autores en lengua española. Ella es más contundente: “Es el más grande después de Cervantes”.
La Almudena que terminó en la inmensa biblioteca que atesoraba su abuelo era una chica de 15 años, casi indomable, que renegaba de leer sólo lo que la dictadura permitía. La entrada a aquel lugar fue entonces como cruzar las fronteras de su país para caminar a sus anchas por un territorio sin restricciones. Y fue en la inmensidad de ese lugar que se topó con las obras completas de Pérez Galdós.
“No lo supe en un comienzo —recuerda Almudena—. Cuando entré a la biblioteca cogí lo primero que encontré, guiada sólo por la curiosidad. Siempre he creído que ese momento tuvo algo de providencial. El libro que terminó en mis manos era ‘Tormento’, una de sus grandes novelas, un libro difícil, es la historia de un cura que abusa de una huérfana desamparada. Un cura que miente, que tiraniza”.
Hasta ese momento, Almudena había leído algunos libros que compraba con sus ahorros. Libros de bolsillo. “Pero estos de Pérez Galdós estaban hechos para los que de verdad se enfrentan a la dura faena de leer. Densos y en papel de Biblia. Cuando llegué a la última página de ‘Tormento’, lo supe enseguida: Pérez había sembrado en mí el veneno de la novela”.
Y así como en 1873, el célebre autor editó ‘Episodios nacionales’, un intento de entender la memoria histórica de los españoles, en el que reflejaba la vida íntima de éstos en el Siglo XIX, Grandes se embarcó en ‘Episodios de una guerra interminable’, ese gran proyecto de seis novelas que terminará de publicarse, aspira, en 2017. Tras ‘Inés y la alegría’, llegará —también con Tusquets— ‘El lector de Julio Verne’, la segunda entrega de la saga.
Mientras se asoma a las librerías, ahí están sus otros libros. ‘Malena es un nombre de tango’, editado en 1994 y que también fue llevado a la gran pantalla. Están sus recopilaciones: uno de artículos periodísticos, ‘Mercado de Barceló’, publicados en El País, de España. Y otro de relatos, ‘Modelos de mujer’, en el que se destaca ‘El lenguaje de los balcones’, inspirado en un poema de su esposo Luis García Montero —también escritor— que sirvió de materia prima para la película ‘Aunque tú no lo sepas’.
Para el crítico literario Andrés Zambrano, hablar de la literatura de Almudena Grandes es hablar “de un prosa densa y extraordinariamente bien documentada. Sus libros tienen el valor de contar la España contemporánea, siempre dejándonos a los lectores de públicos tan lejanos como Colombia luces para entenderla”.
Con mayor o menor intensidad, esas claves aparecen en ‘Atlas de geografía humana’, ‘Los aires difíciles’, ‘Castillos de cartón’ y ‘Corazón helado’, sus títulos recientes. “Y pensar que a mí me cuesta tanto escribir”, dice Almudena.
Érase una vez un libro.
‘Inés y la alegría’ llegó a Colombia en diciembre pasado. Es un relato voluminoso, más de 700 páginas. Su autora la resume como la vida de una mujer que hace cinco kilos de rosquillas, roba un caballo, una pistola, y se une a un ejército guerrillero. Pero el profesor de literatura del colegio Gimnasio Moderno de Bogotá, Jorge Iván Parra, cree más bien que es uno de los relatos, inspirado en la Guerra Civil Española, mejor logrados. “Ella bebe de la ficción las herramientas de la arquitectura de la novela, pero de la historia española todo el acervo para que ese relato nos parezca tan real”.
Andrés Zambrano está de acuerdo. Pero cuestiona en la obra el que esté “demasiado politizada y casi militante”, como consecuencia de la evidente simpatía de Almudena por la República. “El mundo no es en blanco y negro, siempre habrá grises”, asegura el crítico.
¿Sí es Almudena una republicana tan radical?
Hay muchas razones para serlo. A comienzos de los años 30, España era un país modelo, la punta de lanza de Europa, culto y con una legislación que sus vecinos envidiaban. Pero eso no es lo que enseñan en los colegios. Se nos vende que la República son unos obreros ignorantes que quemaban iglesias. Siento que a los españoles nos están robando parte de nuestra historia.
¿Será que de pronto a los intelectuales ya no les importa tanto el poder y a usted le cuestionan que lo critique tanto?
Puede ser. Hace algunos años, las opiniones de los intelectuales tenían tanta importancia que terminaban por ser tenidas en cuenta por los poderosos. Ahora, los intelectuales nos la pasamos firmando manifiestos, pero no se logra nada. Los españoles siguen caminando de espalda a su pasado.
En ‘Inés y la alegría’ queda clarísima su simpatía por las ideas de izquierda. ¿No es complicado asumir esa posición en país con tantas heridas abiertas?
No. La ideología es uno de los ingredientes esenciales de la dignidad. Para mí el comunismo es sinónimo de coraje.
Almudena, usted sueña con que los españoles aprendan de su pasado, ¿es en realidad la novela un medio eficaz para lograrlo?
No es la novela, es el arte en sí el que nos ayuda. Ojalá con lo que escribo pudiéramos reconciliarnos con ese pasado que no queremos repasar, y fundar entre todos la Tercera República, una donde no haya monarquías ni dictadores.
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