De Macondo a la China


Diálogo con Fan Yen, el hombre que hizo posible que Gabriel García Márquez hablara mandarín. Cuenta cómo acabó convertido en el traductor de ‘Cien años de soledad’,
después de que Gabo se negara durante décadas a ceder a las editoriales chinas los derechos de publicación de su obra
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Era su primera visita a China. Era 1990. Gabriel García Márquez, invitado por la embajada de México de ese país, recorría las calles de Beijing con más horror que entusiasmo de turista: miles y miles de antologías de cuentos y novelas suyas, entre ellas ‘Cien años de soledad’ y ‘Ojos de perro azul’, se vendían como arroz en las esquinas, traducidas al mandarín a la buena de Dios. Macondo era en cada ejemplar —se quejaría Gabo después— la versión que el traductor de turno había interpretado. Aureliano Buendía asomaba en unas páginas como lo parió el realismo mágico, como un coronel; en otras era apenas un capitán. Aquellas páginas no solo desdibujaban por completo la fuerza de los personajes; peor que eso, el lenguaje propio del Nobel colombiano.

La anécdota habría terminado allí. El hijo de Aracataca habría regresado a México a refugiarse del mal rato entre sus libros. Pero entonces, antes de partir, varios traductores chinos tuvieron la osadía de acercarle sin pudor lo que ellos consideraban un halago y no un insulto. Y Gabo, claro, les correspondió la afrenta con un gracejo digno de su humor caribe: “Dedico estos libros a los más grandes piratas del mundo”.

Desde entonces, las puertas de Gabo y de Carmen Balcells, la dama de hierro española que custodia su obra en 35 idiomas desde hace varias décadas y la responsable de que el escritor colombiano vendiera 30 millones de ejemplares de sus títulos en medio mundo, permanecieron selladas para las editoriales chinas.

Tres de ellas, una estatal y dos privadas —Editorial de Literatura del Pueblo, Editorial Versiones de Shangai y Editorial de Yunnan— fueron las más persistentes. Y sus esfuerzos incluyeron el envío de delegados a la Feria del Libro de Fráncfort, la más grande del planeta, para lograr un contacto.

Tampoco fueron pocos los agentes literarios de esa nación asiática que se quedaron esperando a que Balcells respondiera las decenas de cartas que le enviaron solicitando formalmente la adquisición de los derechos para llevar, de manera legal, la literatura ‘garciamarquiana’ al mandarín. Los que corrieron con más suerte apenas si lograron estrechar las manos de los representantes de la agencia de Balcells en Barcelona. Pero era ella quien, finalmente y en persona, tenía la potestad de dar el sí.

Gabo había lanzado la sentencia y ella la haría cumplir letra por letra: “Ni 150 años después de muerto daría permiso a los chinos para que tradujeran mis novelas”.

No fue necesario esperar tanto. 21 años más tarde y blandiendo un cheque por un millón de dólares, el editor Chen Mingjun, fundador de Thinkingdom House (que ha acercado al mandarín a plumas como Doris Lessing), consiguió lo que parecía imposible: este mismo año presentó en sociedad, en la Universidad de Beijing, uno de los 300 mil ejemplares de ‘Cien años de soledad’ que se editaron con todas las de la ley. La gestión inició en 1992, pero solo en 2010 Balcells dio su bendición.


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Fan Yen no se esfuerza por ocultar la emoción que le produce saber que lo contactan desde “la tierra del gran Gabo, desde ese Macondo que espero conocer algún día”.

Tiene 33 años, rostro de niñito y una hoja de vida asombrosa para su edad: es doctor en filología hispánica, fue director del Instituto Confucio, docente de castellano en una de las universidades más grandes y antiguas del gigante asiático, la Universidad de Beijing, y —aún no se explica cómo— elegido por Thinkingdom House para llevar a buen puerto, en mandarín, la genial historia de los Buendía que vio la luz en mayo del 67.

Que terminara buceando en ese océano inabarcable que parece a veces el realismo mágico fue una tarea que le llegó a las manos sin proponérselo. Y tuvo que hacerla en tiempo récord: apenas un año. “Fue una labor contrareloj”.

“La designación fue una verdadera sorpresa, pues de la literatura en castellano que conozco mi favorita han sido los versos de García Lorca, los cuentos de Cortázar, de los que he traducido varios, y la poesía del Siglo XVI. Como verás, literaturas muy distintas a las ‘garciamarquianas’”. Fan, justamente, se acercó al español gracias a sus lecturas juiciosas del padre de ‘Rayuela’; a la prosa del escritor chileno Vicente Huidobro y a la poesía del mexicano Luis Cernuda, “que me dejó una herida encendida y siempre abierta”.

De Gabo, contesta sin vergüenza, había leído ‘Del amor y otros demonios’ y ‘El coronel no tiene quién le escriba’. “Pero jamás con la esperanza de traducirlo al mandarín. Eso me parecía siempre una misión imposible, a pesar de que la obra de este escritor siempre ha sido fuente de curiosidad para los escritores chinos. Gabo ejerce cierta fascinación y misterio. Es un autor de culto”.

Lo más cerca que ha estado de Hispanoamérica, confiesa, ha sido España. Lo hizo durante su estancia en el Instituto Confucio adscrito a la Universidad de Granada. Fue allí, en tierra andaluz, en una casa del Paseo de los Tristes con vista a La Alhambra, donde asegura haber hallado “el tono personal de Gabriel García Márquez, la manera en que construye su relato, su tono de voz absolutamente imperturbable y esa forma tan original de transformar en grandes héroes a pequeños personajes”.

No era la primera vez, en todo caso, que Fan Ye enfrentaba un monstruo literario, como ‘Cien años de soledad’, construido sobre más de 400 personajes con nombres propios. En su adolescencia devoró la obra maestra de la literatura de China, una de las cuatro novelas clásicas de ese país, escrita en el Siglo XVIII: ‘Sueño en el Pabellón Rojo’. De hecho, lo que atrae a los chinos de la prosa de Gabo, explica Fan, es que para ellos, irónicamente, se trata de uno de los pocos autores vivos hispanos con obras breves.

El reto de Fan consistió entonces en lograr una interpretación certera de los ambientes y de la descripción de las situaciones que narra la novela. “Reencarnarse” en Gabo, como bien lo describe el novel traductor. “Leer ‘Cien años de soledad’ produce placer como lector, pero es masoquismo para el traductor, al menos en mi caso, porque la novela contiene expresiones y sentimientos tan particulares del colombiano que son difíciles de aterrizar para que sean entendidas en la cultura china”.

Fan Ye llegó a preguntarse qué era eso del ‘mal de ojo’, a qué comunidad especial se refería García Márquez cada vez que hablaba de ‘los cachacos’ o cómo lograr una exposición afortunada de Melquiades, el gitano que sin falta cada año, por el mes de marzo, arribaba a esa “aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos”.

¿Qué habrá querido decir acaso José Arcadio Buendía cuando gritaba que en Macondo “no necesitamos ningún corregidor porque aquí no hay nada qué corregir”? Fan Ye cuenta que se vio obligado a emprender una investigación cuidadosa de la jerarquía feudal de la antigua China para hallar un equivalente lo suficientemente contundente que describiera, en mandarín, ese alcalde que solían nombrar los reyes en algunas poblaciones importantes. Pasaron varias semanas antes de saber que lo adecuado era el término Li zheng.

“El reto fue lograr todo eso en apenas un año; hubiese querido tener más tiempo. El reto que sigue es lograr que esta edición autorizada y cuidadosa de ‘Cien años de soledad’ logre lo más importante: frenar esa piratería que durante tantos años atormentó al gran Gabo”.

Ojalá. Si Fan Ye y Thinkingdom House lo logran, pueda ser que cuando Gabo regrese a China autografíe con más agrado los ejemplares de su novela estelar.



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